Pbro. Dr. José Manuel Fernández
Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando comprometida María, su madre, con José, antes que vivieran juntos se halló que había concebido del Espíritu Santo. José, su marido, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Pensando él en esto, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, levántate y no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto aconteció para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Emanuel» (que significa: «Dios con nosotros»). Cuando despertó José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer (Mt 1,16-24).
En medio de la Cuaresma, celebramos hoy al Patrono de la Iglesia universal. Patronazgo significa confianza, protección e intercesión. El papa Pio IX indicó haber recibido más de 500 cartas de obispos y fieles del mundo, pidiéndole proclamar a san José como Patrono de la Iglesia. Dentro de los que firmaron dichas misivas, se encontraban 38 cardenales, 218 patriarcas, arzobispos y obispos de todas partes del Pueblo de Dios. Fue el 8 de diciembre de 1870, cuando por el decreto solemne Quemadmodum Deus (del mismo modo que Dios), de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, Pío IX proclama a san José, Patrono de la Iglesia universal. Uno de los útimos cardenales en presentar la petición a Pío IX, fue Gioacchino Pecci, el futuro papa León XIII, quien también escribiría la primera encíclica pontificia sobre este santo. Fue la encíclica Quamquam pluries (aunque muchas veces), publicada el 15 de agosto de 1889, el documento más amplio y extenso que un papa haya dedicado en honor de san José. No podemos olvidar a san Juan Pablo II, que el 15 de agosto de 1989, en ocasión del centenario de la encíclica escrita por León XIII, publicó la Exhortación apostólica Redemptoris custos (el custodio del Redentor). José es el que sabe “custodiar”: un verbo hebreo “natsar”, que significa “cuidar”, “vigilar”, “guardar”, “proteger”. Aparece unas 60 veces en el Antiguo Testamento, y está relacionado con la “fidelidad”. En el texto de Mt 19,16-30, en el encuentro de Jesús con el joven rico, el Maestro le dice “guarda” los mandamientos, y el joven le dice “los he guardado”. Es interesante constatar que la expresiones de ambos, en griego, son dos verbos diferentes. Cuando Jesús le dice “guarda”, el verbo griego es “tereo”, un verbo imperativo, que indica una observancia de corazón interior y exterior. Cuando el joven dice” “todo eso yo lo he guardado”, el verbo que emplea es “efulaxamen”, que significa solamente un conocimiento intelectual. José es custodio porque el misterio que es invitado a que acepte, lo cumple “por dentro” y “por fuera”, con la exquisitez de una fidelidad transparente.
María es la primera creyente: en ella la Palabra se hace carne. Quien recibe a María, recibe a su Hijo. José diciendo “sí “a María, le dice “sí” al Hijo de Dios. El nombre José, significa “Dios añade”. Es el nombre secreto de todo hombre, porque todo ser “finito” desea lo “infinito”. El hombre ha sido creado para tal añadido. También el nombre de María, que significa “gratuitamente amada”, es nuestro nombre secreto. Por obediencia a la ley, José debía divorciarse, porque no podía casarse con una mujer que traía un hijo que no era de él. Por otra parte, quería salvar a María porque la amaba y en ella confiaba. Para no condenarla públicamente, es que piensa repudiarla secretamente. Por eso se dice que José es “justo”, ya que sintetiza en su persona la actitud de los justos del Antiguo Testamento y en particular, la actitud de Abraham. Él es justo porque permanece fiel a Dios, no obstante las pruebas. Considerando que María es inocente, comprende que está frente a una intervención misteriosa de Dios, y se retira sin pretensiones. Acepta el plan de Dios, aunque no concuerda con el suyo. Sólo cuando entendemos que no somos autosuficientes, Dios interviene a sus “anchas” y regala en abundancia sus dones. “José, hijo de David no temas tomar a María como esposa”. “No temas”, es siempre la palabra que Dios dirige al hombre, cuando se muestra, ya que la primera reacción del hombre ante Dios, es el miedo. Aquí, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina “obediencia de la fe” (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario.
En medio de los problemas y de las angustias, aprendamos de san José, que sabe cómo caminar en la oscuridad. Era lógico que tuviera dudas, que experimentara el dolor y sufrimiento, mientras que a su alrededor comenzaran las murmuraciones. José luchaba por dentro, y en esa lucha, escucha la voz de Dios que le dijo en el sueño: “Levántate, y toma a María como tu mujer”. Es ese “levántate” que tantas veces aparece en la Sagrada Escritura ante el inicio de una misión: “toma en tus manos esta situación, y ve adelante”. No fue a consolarse con sus amigos, no fue al psiquiatra para que le interpretara el sueño. No. Creyó, y no miró ni hacia atrás ni hacia los costados. Se “hizo cargo” de la paternidad. Tomó en sus manos el misterio. Duerme José, ciertamente, pero a la vez está en disposición de oír la voz del ángel. Parece desprenderse de esta escena lo que el Cantar de los Cantares había proclamado: “Yo dormía, pero mi corazón estaba vigilante” (Ct 5,2). Reposan los sentidos exteriores, pero el fondo del alma se puede franquear. La respuesta de José coincide su respuesta con la del profeta Isaías en el instante de recibir el llamamiento: “Heme aquí, Señor, envíame” (Is 6,8).
Y morirá san José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. Ha sido el hombre que se “niega a sí mismo”, es decir, que no le da la primacía a su “yo”, y se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino vida que donar.
Paul Valéry (1871-1945), escritor francés, que es considerado el principal representante de la llamada poesía pura, nos ha dejado esta enseñanza, en su colección de escritos de sabiduría, titulado “Mauvaises pensées et autres”: “Una rana quiso ser grande y robusta como un buey. El inicio de la operación fu satisfactorio. Antes de reventar, pudo ilusionarse que estaba alcanzando su objetivo. Pero otra rana quiso ser tan pequeña como una mariposa. No pudo ni siquiera comenzar a disminuirse. Moraleja: es más fácil llegar a ser más grande o más bien pensar de llegar a serlo, que hacerse más pequeño”. Una lección siempre útil. Valéry nos advierte sobre la dificultad que se experimenta cuando uno desea hacerse pequeño y ser simples y discretos. Hacerse humildes, cultivar la modestia, evitar la arrogancia, impedir al corazón que sea frío y altanero, requieren un ejercicio similar al de la rana que desea hacerse pequeña, con el riesgo que el orgullo y el “yo” se levanten petulantes para combatir e impedir ese fin. En el Medioevo se había acuñado este llamado ascético: “Ama nesciri” (ama ser ignorado). Pero qué difícil es elegir el camino de la discreción en una sociedad en la cual, si no apareces, en práctica, no existes. Dice el Talmud hebreo que “la grandeza huye de quien la persigue, y persigue a quien huye de ella”. Es lo que buscó y vivió José.
De san José nos hubiera gustado saber más y “oír” más. Sin embargo, como vemos, los evangelios canónicos rodean su figura de sombra, humildad y silencio. Se le adivina más que se le “ve”. Es el hombre del silencio y de la discreción, virtud ésta que significa “decir, sugerir y escuchar lo que conviene y cuando conviene”. Es una cualidad sinónima de prudencia, delicadeza y oportunidad. Recordemos que “callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar, y luego, hablando se aprende a callar”. Es lo que decía el historiador griego Diógenes Laercio (s. II a.C). Y sabiamente, Sir Francis Bacon (1561-1626), filósofo y estadista británico: “La discreción es una virtud, sin la cual, las otras dejan de serlo”. De ahí que me anime a pedirte que juntos recemos la Oración de la humildad de san José, que dice:
Enséñanos José
Como se es “no protagonista”
Como se avanza sin pisotear
Como se colabora sin imponerse
Como se ama sin reclamar
Dinos José
Como se vive siendo “número dos”
Como se hacen cosas fenomenales desde un segundo puesto.
Explícanos
Como se es grande sin exhibirse
Como se lucha sin aplauso,
Como se avanza sin publicidad
Como se persevera y se muere uno sin esperanza de que le hagan un homenaje.
Amén.