Reflexionar sobre la figura de Judas puede presentarse como una tarea compleja. El apóstol de las tinieblas quizás aparece como un personaje negativo que no nos ofrece un buen ejemplo. Parecería que habría que huir de este “elegido” de Dios, verdadera y propia encarnación de la oscuridad de la conciencia de la cual deberíamos tomar distancia en modo apriorístico. Judas podría expresar una parte escondida de todo hombre: aquella que evidencia las traiciones de la vida. Desde el momento en que esta realidad desconcierta o repugna, quizá vale la pena suspender cualquier tipo de juicio frente al misterio de este hombre, para plantearnos algunas preguntas y buscar la difícil via de la comprensión o, al menos, de la interpretación. Todo hombre es un misterio y, en cuanto tal, tiene el derecho de no ser juzgado. El misterio es de por si un hecho desconocido, una oscuridad que interpela nuestra conciencia, nuestra inteligencia y nuestra fe. ¡Qué sabemos nosotros de aquello que puede pasar por el corazón del hombre! Hay que tener presente que no se conoce el pasado de Judas. Es difícil ser objetivos al conocer el pasado de los otros; pero el pasado signa profundamente a una persona: eso no es algo que se deja con ligereza sobre las espaldas y de lo cual se puede liberar. Al contrario, constituye la raíz sobre la cual erigir el presente e influencia el futuro. Es algo fundamental que determina el modo de ser de una persona.
No se pide olvidar aquello que se es, o de esconder algo del animo humano, sino de tender al corazón del hombre con la misma mirada amorosa que lo hace Dios, y que perdona siempre. Recordemos lo que san Ambrosio señala en el Hexameron (los 6 dias de la creación): el sexto día Dios creo al hombre porque quería tener alguien a quien perdonar. Hay que dejarse mirar como le sucedió a Pedro, que en el perdón recogido en la mirada de Cristo, se descubrió a si mismo, o mas simplemente, se conoció por primera vez. Pedro vio en la mirada de Cristo la propia salvación y la propia resurrección. Sólo encontrando la grandeza y la bondad de Dios, el hombre se comprende a si mismo y frecuentemente se conoce en el llanto. Sólo aceptando entrar en la oscuridad, es decir, en lo oscuro de la propia miseria o de la propia soledad, se puede con estupor, rencontrar o descubrir la belleza de la luz.
JUDAS, UN LLAMADO
Es mencionado con el “apellido”de “Iscariote” (“hombre de Kariot”), una población de la Palestina meridional; sicario, derivado de sica (puñal), que se refiere al grupo de los zelotes, antiromanos radicales; Ish-Karya, que significa hombre de la falsedad, es decir, traidor. Fue elegido para ser el ecónomo del grupo. Pero era ladrón: tomaba lo que había en la bolsa. La tentación de traicionar comienza con la avidez del dinero. Judas medita y proyecta su traición. Por dinero vende a Jesus, su amigo, el Maestro que lo había elegido y lo había hecho apóstol, uno al que le eran confiadas las intenciones de Dios. Aquí aparece la avaricia: ¿Cuánto me dan si se los entrego? Aparecen aquí dos verbos: “dan” y “entregar”. Usa a Jesús como una mercadería de cambio, vaciando al Maestro de todo valor humano y espiritual, convirtiéndolo en un simple objeto. Tal vez quedó desilusionado porque no era el mesianismo que esperaba. Poco a poco se fue encontrando solo. Fue llamado para estar con Jesús, pero progresivamente se va alejando. Su corazón se va enfriando día a día. Su mente comienza a hacer conjeturas, a ver aquello que es irreal. Vive una profunda crisis que la vive en modo solitario. Saber compartir y poner la crisis personal en las manos de alguien, puede hacerla fecunda, ya que de lo contrario se transforma en un momento de muerte, sobre todo cuando se piensa que se es autosuficiente. Es fácil imaginarlo con el rostro oscurecido, los ojos bajos, que huyen al encuentro de otros ojos. Es misterioso que Jesús haya elegido a alguien que lo iba a traicionar.
El evangelista Juan presenta el gesto del lavatorio de los pies, denso en significado, que testifica un amor total. Se repite así la experiencia extraordinaria de recibir un amor total. “En la Eucaristía, Jesús se inclina sobre nosotros para tocar nuestro punto más vulnerable, en nuestro talón de Aquiles, y curar nuestras heridas. Y se inclina sobre nosotros para lavar nuestras suciedades: él nos acepta con su amor sin reservas”. Nos invita a lavarnos los pies unos a otros, “sin echarnos en cara nuestras culpas, y aceptándonos gracias al amor experimentado en Cristo”. En la celebración de la Eucaristía se cumple el milagro de la curación, por la que cicatrizan las heridas del egoísmo y de la miseria humana. La Eucaristía es el lugar donde deberíamos mostrarnos nuestras heridas en vez de esconderlas, y ofrecerlas a Cristo. Será él quien las lave con su amor curativo.
Durante el lavatorio de los pies, Judas no habla, pero su presencia es pesada y crea malestar. “Apenas Judas cerró la puerta de la gran sala, fue como si la atmosfera de angustia oprimiera a todos, abandonando la alegría y la intimidad”. Judas representa la resistencia y la dureza del corazón del hombre, orgulloso y desesperado que resiste cualquier gesto de amor. Es interesante a este propósito referirnos a los frescos de Giotto (pintor de 1300, considerado uno de los iniciadores del movimiento renacentista en Italia), en la Capella degli Scrovegni (Padua), y considerados una de las cumbres del arte occidental.
La grandeza de Giotto está en la capacidad de sintetizar con incisividad e intensidad dramática una situación interior, profundamente sufrida: en estos frescos, el gran pintor representa a Judas con la aureola negra, a diferencia de los otros apóstoles que llevan la aureola dorada. Aureola negra indica una coronación negativa, signo de desventura y de pecado. Es reflejo de la sombra de la muerte, la soledad, la desesperación sobre una figura estigmatizada por el rechazo de la misericordia. Sin embargo, Jesús le lava los pies a Judas. Impacta la imparcialidad del Maestro. Un amor que no discrimina. Si Judas es el signo de quien en la vida se ha equivocado gravemente, el gesto de Jesús de rodillas delante del error. Nos invita a rever nuestros errores y abrirnos con humildad a la curación. No es el juicio sino la comprensión lo que ayuda al otro a entrar en el misterio del hombre. Jesús ha lavado los pies a Judas, un irrecuperable, indicándonos que no debemos sentirnos dispensados de este compromiso. El pecado de Judas era el mas odioso, vil y el mas grave. “El diablo había entrado en el corazón de Judas Iscariote, para traicionarlo” (Jn 13,2). Es la personificación del diablo, porque solo el diablo podía traicionar a Jesús cumpliendo el acto mas vil que puede manchar una relación humana. En Juan esta la identificación: “uno de ustedes es un diablo” (Jn 6,70). Para Juan, en el corazón de Judas obra Satanás. Lo mismo le había sucedido a Pedro: “Aléjate de mi Satanás” (Mc 8,33), signo claro de que el mal muestra de no tener el mínimo escrúpulo para alcanzar su objetivo. Mas aun, se sirve de la simple debilidad humana para actuar. Dios ama tanto al hombre que es capaz de elegir por amigos a los hombres que lo pueden traicionar.
Gradualmente Judas se convirtió en un incrédulo. Ha entrado en el numero de aquellos judíos que murmuraban a las espaldas de Jesús y para los cuales su mensaje era duro, imposible de escuchar e interpretar. De la incredulidad nace la traición, con la diferencia que mientras los judíos no siguen al Maestro, Judas continua exteriormente a seguirlo. No tiene el coraje de irse, pero se aisla del grupo durante la cena para aparecer luego en el Huerto de los Olivos y traicionar a Jesús, contraponiéndose de modo inequívoco a los otros discípulos. Los judíos han sido honestos al revelar la hostilidad y rechazo a Jesús. Judas sin embargo vive una división de su corazón. El doble juego ha tenido un rol practico: el de aparecer como discípulo y no ser participe de la vida del grupo de los apóstoles.
En la Ultima Cena el corazón de Judas es tenebroso. Esta comprometido en esconder lo que esta viviendo y lo que va a cumplir. Debe disimular y crear las premisas para actuar y poder justificar sus propios actos. Se siente fuera de lugar, hubiera querido escapar pero no sabe coo abandonar la sala de la Eucaristia, de la donacion total del amor. Sin embargo, Jesus lo sigue con sus palabras, y en cierto sentido, lo denuncia: el traidor es “aquel para quien mojare el bocado y se lo daré” (Jn 13,26). Judas es revelado en la Eucaristia. Mojar el bocado es un acto clásico de hospitalidad oriental. Expresa un gesto de alianza respecto al propio huésped. Hasta el ultimo momento Jesus expresa hacia Judas una estima profunda.
Terminada la Cena, Judas desaparece para avisar a los soldados. Era de noche. (Jn 13,30). Este particular de carácter espacial y existencial: Judas sale no solo de la habitación en la planta superior, sino de la vida de Jesus, por su elección de vida. Abandona al Maestro y sale del grupo de los Doce. Esto es posible porque ahora esta vacio. Ha salido al descubierto, se encuentra en la noche, en el ingreso de las tinieblas y del drama. Como dira San Agustin, Judas “se hace eel mismo noche”. La noche no le da miedo a Judas. Mas aun, le es propicia para esconderse, borrar su propio contorno de hombre, casi como llegando a ser de la misma sustancia de la noche: el reino de las tinieblas.
El contexto en el que Judas es traicionado por parte de Judas es aquel de la Pascua hebrea: propiamente en el momento en que es celebrada la liberación de la esclavitud, una nueva esclavitud, la del mal, es tramada en la oscuridad y en el ocultamiento. La Libertad es vendida a la oscuridad. Haciendo esto, judas entra a formar parte del reino de las tinieblas. La traición es vista como una “operación”. Es vendido por una cifra precisa: “treinta monedas de plata” (Mt 26,15). Es interesante contemplar en la Cappella degli Scrovegni la escena de la traición, donde el Giotto llega a dibujar el mismo rasgo del demonio en el rostro de Judas. Con una sola imagen, el arte capta una situación trágicamente inexpresable. Judas se encuentra con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia. Se trata ahora de una discusión logística, privada de contenido moral y residuo de escrúpulo, ya que en lo que respecta a Judas, en su corazón, la traición ya se ha consumado: debe decidir ahora cómo llevarlo a la practica. En el fresco de Giotto, la mano negra del diablo se apoya sobre la espalda de Judas que viste un manto amarillo, el color de la traición, mientras la mano izquierda de Judas tiene bien agarrada la bolsa con las monedas. El proyecto del príncipe de las tinieblas esta por realizarse. Todo esto sucede a espaldas de Jesus que permanece como un personaje incomodo y molesto para los sumos sacerdotes y los escribas, que lo consideran como una peligrosa amenaza para el poder de ellos.
Jesús es arrestado en el Huerto de los Olivos, en el Jardin de la traición. De este cuadro de la Pasion es oportuno señalar a tres personajes: Judas, Jesus y los discípulos. Judas llega entre el brillo de las espadas y el alumbrar de las linternas. Él aparece como el primer personaje de la escena. Es el guía. Desgraciadamente también se puede conducir al mal. Acompaña a otros a la violencia (espadas y bastones). Movido por la mentira es el mensajero y el delegado para cumplir el delito. Son los ancianos y sumos sacerdotes que lo envían. No obstante, el evangelio lo presenta en su antigua identidad, la de la primitiva vocación: uno de los Doce. Pero ahora es llamado con un nuevo nombre: el traidor, casi como para indicar su nueva pertenencia al reino de la muerte y de la noche. Ha dejado un camino para encaminarse en otro: aquel que conduce a una dirección exactamente contraria. Se trata de dos configuraciones (uno de los Doce/traidor), absolutamente incompatible entre ellas, que permiten representar a un hombre totalmente dividido, que ha caído en una profunda contradicción consigo mismo. Cada uno de nosotros también experimenta la contradicción del propio ser: deseo y limite.
EL BESO
“El traidor les había dado la señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo». Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: «Salud, Maestro», y lo besó”. (Mt 26,48-49).
Judas emplea una señal precisa para traicionar a Jesus y lo toma del vocabulario del afecto, del bien, de la amistad y de la cordialidad: el beso. Este beso dado a Jesus ha sido, para el mismo Judas, un elemento traumatico, como si se hubiera visto al espejo y esto le hubiese proyectado su nueva imagen: nueva y terrible, la del traidor. Resulta interesante notar la espectacularidad del gesto, portador del mal, con el de Jesus que da a Judas el bocado en la ultima cena: son dos gestos cargados de afectividad. Uno, el de Jesus, es sincero y misericordioso. El otro, es falso y cargado de muerte. Los dos gestos son los mismos, tienen la misma forma, pero revelan un contenido opuesto. El mal se disfraza de bien. Resuenan las palabras de San Ambrosio comentando este texto:
“En el acto mismo en que queria exhibir el beso prometido a los Judios como signo de traicion, el Señor le dice: “Judas, con un beso traicionas al Hijo del hombre” (Mt 26,48). Es decir, tu das el beso, mientras no tienes el amor que ello expresa. Das un beso mientras ignoras el vinculo que eso comporta. El beso que se busca no es el de los labios, sino el del corazon y la mente”. Es necesario tener presente que en la tradicion rabinica, entre maestros y discipulos era comun el beso en la mano o sobre la cabeza; eso era considerado un signo de respeto y veneracion, luego de lo cual seguia el saludo del discipulo: “Salve, Maestro”. Según la version del evangelista Marcos (14,45), Judas le habria dado un beso afectuoso acompañado de un abrazo. Giotto ha querido retratar el sofocante abrazo entre Judas y Jesus, que revela el encuentro entre dos abismos: el de la misericordia y el de la miseria. Es el abrazo entre el amor que se dona sin ahorrar nada y el egoismo ciego, encerrado en si mismo.
Jesús se presenta con gran dignidad y trato señorial. A la noble inmovilidad de Jesus hace de contraste el gran movimiento de la turba a su alrededor: muchos personajes se agitan y hacen ruido. En la oscuridad y en el tumulto, emerge con solemnidad la Palabra de Jesús, cargada de afecto hacia Judas: “Amigo, cumple tu cometido” (Mt 26,50). La palabra “amigo” es traida nuevamente del vocabulario de los afectos y expresa un profundo ligamen, pertenencia, intima comunion. Rechazado y traicionado por Judas, Jesus ofrece su vida por él. Vuelve a la mente el Salmo que expresa la oracion de un hombre traicionado por los amigos mas queridos:
“Si fuera mi enemigo el que me agravia, podría soportarlo; si mi adversario se alzara contra mí, me ocultaría de él. ¡Pero eres tú, un hombre de mi condición, mi amigo y confidente, con quien vivía en dulce intimidad: juntos íbamos entre la multitud a la Casa de Dios!” (Salmo 55,13-15).
Llamandolo amigo, pareciera que Jesus lo vuelve a llamar, como en una segunda vocacion dandole la posibilidad de creer en la misericordia divina que es mas grande que la miseria humana. Pero Judas está encerrado en las tinieblas y no se acuerda de la luz. El orgullo y la soberbia lo han oscurecido e imposibilitado para tender la mano y pedir ayuda. Cada uno de nosotros forma parte activa de esta traicion. Es el corazon que actúa así, estratificando una serie de negaciones. Entre las 30 monedas que estan en el bolsillo de Judas, tambien está la contribucion de cada hombre. Los mandantes no son sólo los sacerdotes, sino tambien cada uno de nosotros. Judas no es otra cosa que la escualida evidencia de todas las traiciones de la humanidad pensada y salvada desde la eternidad.
Escribe el padre Primo Mazzolari (sacerdote italiano fallecido en 1959), quien fundó el periodico Adesso para evangelizar a los pobres: “Tambien Pedro habia negado al Maestro; luego lo ha mirado y se puso a llorar. Y el Señor lo ha vuelto a poner en su puesto, como su Vicario. Todos los apostoles han abandonado al Señor: y volvieron. Y el Cristo los ha perdonado a todos y les ha vuelto a tener confianza. ¿Ustedes creen que no habia lugar para Judas? Si hubiera querido y acercado a los pies del Calvario; si lo hubiera mirado al menos desde un angulo o en un recovo del via crucis, la salvacion hubiera llegado tambien para él. ¡Pobre Judas!”
No hay ninguna situacion de pecado grave, desde el cual no se pueda resucitar.
Los discipulos fueron llamados para que estuvieran con él, en cambio, se fueron de él. El abandono de los amigos es una herida más amarga que la hostilidad de los enemigos. De la traicion de Judas, de la negacion de Pedro y del abandono de los otros en las ultimas horas de Jesus, emerge un dato: Cristo no ha plagiado ni convertido en fanaticos a sus seguidores; los ha conquistado, pero les ha dejado intacta la libertad. Se puede traicionar al Señor, pero Él no traiciona nunca a sus amigos, ni siquiera cuando es negado o vendido.
ARREPENTIMIENTO DE JUDAS
La conclusion de la vida de Judas sólo la presenta Mateo:
“Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: «He pecado, entregando sangre inocente». Ellos respondieron: «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo». Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre». Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre». Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado” (Mt 27,3-10).
Cuando Judas se entera de la condena de Jesús, él se arrepiente de lo que ha hecho: el condenado es un inocente. El hecho que Judas vea cuanto se le esta haciendo a Jesus: es decir, la condena a muerte de parte del Sanedrin, desencadena una serie de hechos y consecuencias que no se pueden controlar (la Corte Suprema de la ley judía. No podía dictar sentencia de muerte, ya que por la potestas gladii, eso correspondia al gobernador romano (praefectus), ya que era un poder que le conferia el emperador. El verbo arrepentirse, aparece aquí con un significado mas debil que el arrepentimiento de Pedro. Judas se siente culpable por su accion y cede bajo el peso de ella. Su arrepentimiento sería como el de Esaú (que vendio su derecho de primogenitura por un plato de comida: Heb 12,17), que no tiene fuerza para superar el efecto destructivo del pecado. Pero no podemos dudar que se trata de un arrepentimiento verdadero y genuino. Ademas, el verbo arrepentirse es asociado a una confesion publica, lo que podria tener un significado expiatorio. El primer signo del arrepentimiento es que devuelve el dinero, que no debe ser visto como un modo para alejar la maldición que le podria sobrevenir, tal como lo afirma Dt 27,25: “Maldito el que se deja sobornar para quitar la vida a un inocente”. Arrepintiendose, el ademas expresa publicamente su pecado. No se lleva a cabo una sentencia, pero busca el perdon: “He pecado entregando sangre inocente. Es una confesion que refuerza y explica el significado de su arrepentimiento (memelemai). Este es un verbo, que en su raiz pertenece al lenguaje penitencial liturgico. Se trata de delitos graves, en que el pecador es acusado del pecado en base al derecho sacro y empujado a confesar su culpa, y en el caso del individuo, tal confesion suena como una formula: “He pecado contra el Señor”. A esta confesion le sigue o l condonacion de la pena (mediante un acto de expiacion) o a la ejecucion. Judas afirma claramente: “He pecado”. Quiere reparar el daño devolviendo el dinero. Encuentra oposicion en los sacerdotes y busca otro camino. En el judaismo rabinico el pecado es subdividido en dos formas principales, a las cuales corresponde la respectiva expiacion. La primera forma es la del pecado cumplido por inadvertencia, sin intencion, que no consiste en un acto de rebelion. Este pecado podia ser expiado por medio de un sacrificio. El segundo caso se refiere al pecado cometido con un acto de deliberada desobediencia. Tres son los pecados considerados cardinales, pero que pueden ser perdonados: idolatria, fornicacion y el homicidio. Pecado aun mas grave es el rechazo a la Torá. Los pecados perdonables pueden ser perdonados de dos modos, siempre a condicion que el pecador se haya arrepentido: 1) mediante la expiacion del Kippur y 2) mediante la muerte, que es expiacion de todos los pecados, los deliberados y el resto. Deriva de esto, que con la muerte, todos los pecadores son reconciliados con Dios. Para el judaismo rabinico no es suficiente pedir excusas. Se requiere un acto expiatorio. Se necesita el arrepentimiento y el acto expiatorio. Parece que el pecado de Judas entra como acto deliberado. Podemos pensar que Judas haya querido resolver su drama por medios considerados idoneos en el sistema religioso de su tiempo, incluido el suicidio, la muerte.
Judas se arrepiente pero no va a Jesús. Reconoce su error, pero no lo entrega a ese error a Jesus. Lo tiene para sí y no se lo perdona. Pedro en cambio, se arrepiente y se acuerda de Jesus y de su palabra: “Antes que cante el gallo me negarás”, y se deja mirar por la mirada de amor del Maestro: y ahí nace la verdadera conversion. Judas no se pone frente a Jesús, no busca su rostro, no llora, y entonces se desespera. El perdon y el amor, preceden al arrepentimiento . Al Sanedrin no le interesa lo que vive Judas. El esta experimentando el infierno del corazon. Judas se siente perdido, solo y confundido: declara que la entrega de Jesus ha sido la traicion hacia un inocente. “Tira las monedas en el templo, sale y se ahorca”. Mateo señala que Judas se aleja no solo del Templo
Un antiguo capitel medieval de la Basílica de Santa María Magdalena en Vezelay (en la Bogogne francesa) retrata a Judas colgado, con la lengua afuera, rodeado de demonios. Pero la sorpresa se da al otro lado del capitel: hay un hombre que lleva sobre sus hombros a Judas muerto: es Jesus. Este hombre tiene una mueca extraña: la mitad de la boca sonrie y la otra mitad esta fruncida. El hombre representado lleva una tunica corta. Es el Buen Pastor que lleva sobre sus hombros la oveja perdida, esa en cuya busqueda dejo a las otras 99 en el redil.
Corría el año 1495 y el célebre Leonardo da Vinci necesitaba y buscaba a un hombre que le sirviera de modelo para dibujar a Cristo. “Debo encontrar un hombre joven de vida pura”, dijo, “antes de reparar en la cara que necesito”. Alguien le habló de un joven corista de una de las iglesias de Roma, que era sano en su vida y bello de rostro. Cuando el artista lo vio, exclamó maravillado y gozoso: “¡Al fin encontré la cara que necesitaba!” Y de esta forma, el joven Pietro Bandinelli posó como modelo para pintar al Señor Jesús.
Pasaron algunos años y el cuadro de La Última Cena aún no había sido terminado. Todos los discípulos estaban ya dibujados excepto uno, Judas. Da Vinci había tratado de imaginarse la cara del traidor y grabarla en el lienzo, pero esto no le satisfacía. “Debo encontrar un hombre”, dijo, “cuyo rostro haya sido endurecido y desfigurado por su misma degeneración; uno en cuyas facciones se muestren los estragos de un mal vivir y de un corazón impío”.
Finalmente, un día en una de las calles de Roma encontró un infeliz mendigo, sucio, andrajoso y mal oliente; lo llevó a su estudio y le sirvió de modelo para pintar el rostro de Judas. Una vez terminado el trabajo, el artista le preguntó: “¿Cómo se llama usted?”
“Pietro Bandinelli”, respondió, “yo también le serví de modelo para dibujar a Cristo”.
¡He aquí la obra del pecado! El pecado arruina y afea a la persona. Santa Teresa decía que si pudiésemos ver la fealdad y el hedor que desprende un alma en pecado mortal, el mundo entero moriría de asfixia.
LA MIRADA DEL PERDON
Meditamos sobre esta mirada, extrayendo unas palabras del texto clasico titulado: “Relatos de un peregrino ruso”. Inicia así:
“Por gracia de Dios soy cristiano,
por mis acciones un gran pecador,
por condicion un peregrino sin posada y por eso voy de un lado a otro.
Todos mis bienes consisten en una alforja sobre las espaldas con un poco de pan seco y la Sagrada Biblia bajo la camisa. Nada mas”.
Pedro, como cada uno de nosotros, se creía grande. Una historia cuenta que el primer día del colegio, en un pueblito de campaña, un niño caminaba hacia la escuela en la mañana cuando recien habia salido el sol. Iba acompañado de su madre. El pequeño estaba absorto de los largos pasos que su enorme sombra proyectaba el sol a la mañana temprano, que lo hacia sentir un gigante . De repente la madre se detuvo. Miro a su hijo a los ojos y le dijo: “Hijito mío no mires tu sombra a la mañana. Mirala a mediodia. Es que ha que juzgarse y mirarse a si mismo solo bajo el sol abrasador de mediodia.
En base a un texto de la Biblia contemplamos la mirada de perdon de Jesus, ya que como dice el texto antes citado: “Por nuestras acciones somos grandes pecadores” como Pedro, y esperamos esa mirada sanante del Divino Maestro.
Pedro estaba dispuesto a morir por Jesús, Mc 14,26-31:
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré». Jesús le respondió: «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces». Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos decían lo mismo’.
Pedro está dispuesto a morir por Jesús: ha empuñado la espada para defenderlo, con el riesgo de que lo mataran. No ha entendido que el Señor debe morir, por él y por todos. La salvacion no es que yo muera por él, sino que él muera por mí. No debo ganarme su amor. Su amor es gratuito e incondicionado. No es todavia discipulo. Ama a Jesus, pero no puede seguirlo en su camino. Su modo de pensar y actuar es mundano: usa la violencia, como los ladrones y los asaltantes. Llegará a ser discipulo, luego de haber negado a aquel que no reniega, y haber llorado su pecado.
Mc 14,66-72: “Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente (emblépsaza) y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». El lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos». Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar”.
Observemos que Pedro niega a Jesus diciendo: “No soy” (Jn 18,17; 25). A los soldados y a los guardias les dirá: “Buscan a Jesús el Nazareno. “Soy yo”. Pedro responde “No soy”. Niega su identidad de discipulo. Parece mentir, pero afirma la verdad: no es el discipulo del Maestro y Señor que lava los pies. En vez de decir: “Yo no soy”, su “yo” no está más. No perteneciendo a aquel que es, niega aquello que él mismo es.
La mirada que consideramos es la del perdon. El protagonista principal es el apostol Pedro en el momento en que niega a Jesus. En la vision de Marcos se encuentra solo Pedro. No está la mirada de Jesus que busca la mirada de Pedro. Lucas 22, 60-62, viene en ayuda nuestra: “En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente”.
El texto de Marcos nos conduce a dos lugares: dentro y fuera del patio. Dentro del patio encontramos dos elementos: la oscuridad y el fuego.
Dentro del patio
La escena se desarrolla en la oscuridad de la noche: tiempo en el que todo parece perderse. Pero la noche es tambien el tiempo de la creacion. Si la luz es el signo de su presencia, la oscuridad puede tener el valor del tiempo del actuar de Dios. Como actua Dios: eso permanece oculto al hombre, el cual puede contemplar los efectos. Asi ha sido desde el principio de la creacion, en la “noche del sueño” de Adán, en la noche del exodo, en la noche en que Jose es visitado en el sueño para anunciarle la prueba (Mt 1,16-25). En la noche Dios obra y puede el hombre acoger el actuar de Dios en su vida.
Ahora Jesus se encuentra en la casa de Anás, y delante del sumo sacerdote: es procesado e interrogado. La luz está escondida y cubierta por el juicio humano. Pedro esta afuera en la oscuridad mas profunda. Está afuera. En la intemperie, y se esta calentando al lado del fuego. Para Israel, en el desierto el fuego es signo de la gloria y de la santidad de Dios, teofania-manifestacion de Dios que acompaña en el camino y se revela.
Pedro se encuentra observado, mirado por la sirvienta, que fija los ojos en él, para indagar y juzgar. Pedro, perdido en la oscuridad y el frio que lo envuelve, es interpelado por una mirada y con palabras de una curiosidad alarmante, delante a las cuales se da la primera negacion. No se nota aquí un movimiento interior en Pedro.
Fuera del patio
Desde el v. 68 hasta el 72, los hechos no se suceden dentro sino fuera del patio. Hay un poco de movimiento y Pedro vive la segunda negacion, delante a la misma sierva. En esta situacion no pronuncia palabra alguna. El texto dice que “lo negó”. En la tercera negacion, Pedro experimenta fuertes sentimientos: comienza a maldecir y a jurar. Siente rabia y dice: “No conozco a este hombre del cual hablan”. Quiza Pedro ha gritado delante de todos. El apostol, frente a la pregunta de la sirvienta, llega a negar diciendo: “No conozco a ese hombre del que estan hablando”. Esto es gravisimo. Es un acto vil. La actitud de Pedro, así insolita, podria ser sintetizada en esta frase: “Yo no logro entender, estoy confundido, no me resulta claro lo que esta sucediendo”. Con esto no se quiere defender a Pedro. Parece que el apostol no sea un cobarde, pero esta viviendo algo que tambien nosotros podriamos vivir. Visto que la situacion es dramatica, podria haber asumido la actitud tipicamente conspiradora, como quien dice: “Ah, Yo no se nada, no estaba presente. Por favor, no me metan en lios”. Pero este no es el comportamiento de Pedro. El no reconoce mas a Jesus, no lo comprende porque no es el Jesus que el imaginaba: un lider, un jefe, un vencedor. Ahora aparece aquí un Jesus fragil, sin dignidad, sufriente.
Pedro no llega a comprenderlo. Es un drama para él. Habia dejado la mujer, el trabajo, la casa, los amigos. Habia renunciado a todo por él y ahora no reconoce a su Maestro. Pedro no miente. Para él ésta es la verdad. En su estado de confusion vuelve a recuerdos pasados. No puede continuar a creer en él. No reconociendolo, no llega a reconocerse a el mismo. Se encuentra en un estado de mareo, perdido. Vive una fuerte crisis. Se siente solo. Se pregunta: “¿Pero yo, a quien he seguido? He perdido el tiempo con alguien que no logro reconocer”. Podemos imaginar el drama y la tension de una persona que ha perdido tres años de su vida y ahora parece que ha perdido todo. En el texto se pueden individualizar otros tres signos: la mirada, el gallo y el llanto.
La mirada
La mirada de Jesus no se encuentra en el evangelio de Marcos, pero si en Lucas. Es maravilloso descubrir la mirada de misericordia y de perdon de parte de Jesus. El gallo ya ha cantado. Jesús ahora se da vuelta porque sus ojos desean encontrar los ojos de Pedro. El Señor lo escruta. La mirada de Jesus se hace fuego purificador y ahora recuerda lo que habia previsto y predicho Jesús: “Antes que cante el gallo tu me negaras tres veces” (Lc 22,61: en el evangelio según Lucas el gallo canta una sola vez), y saliendo lloró amargamente.
Esta mirada es fundamental (emblepein: mirada atenta), se hace perdon, acogida sin limites. El Señor conoce bien a Pedro, y su mirada no es juicio, no es un echar en cara, sino grantia de un amor infinito: lo ama, aunque lo haya negado. Jesus ama al hombre, en el fango, en el pecado, en la desesperacion, asi como ha hecho con el joven rico. En el evangelio de Lucas, Jesus se entretiene con este joven, lo abraza, lo besa, mientras este se va triste, seguido de los ojos amorosos de Jesus hasta el horizonte. El joven seguramente habra llevado dentro de si, de por vida, aquella mirada inquietante y conmovedora.
Hasta aquel momento Pedro ha sido un presuntuoso, un orgulloso. Pensaba que habia sido él quien primero y ante todo habia hecho algo por Jesús. Habia dicho: “Yo estoy dispuesto a morir por ti”. Ahora entiende que frente a Dios no puede hacer otra cosa que aceptar la realidad mas simple, pero al final, la mas dificil: dejarse amar, dejarse salvar, dejarse perdonar. Tambien nosotros querriamos amar, perdonar, salvar. Quisieramos nosotros llevar todo adelante, pero Jesus nos asegura: “No, no debes hacer nada. Abandonate y dejate amar gratuita y totalmente”.
La referencia al gallo
Antes del comienzo de la Pasion, Jesus ha dicho: Mc 13,35-36: “Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos”.
El canto del gallo resuena cuando aún no es de mañana. Se podria decir que el gallo es “centinela de la noche”: con su canto pre anuncia la llegada de la luz del dia. Quizas es comparable con una nueva creacion para Pedro: él encuentra a Jesus, vuelve a ver la Luz que lo envuelve, vuelve a tu corazon y re-orienta a toda su persona hacia la Verdad. Vuelve a casa, y recomienza la relacion con Jesus. Cuando Pedro siente cantar el gallo, rompe a llorar y recuerda las palabras pronunciadas por Jesús. La primera vez, el apostol no se da cuenta, pero en la segunda, recuerda lo que le habia dicho el Señor: “En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar” (Mc 14,72).
El gallo en Marcos canta dos veces. Esto es bello porque recuerda que, a veces, la Palabra de Dios no tiene ningun efecto sobre nosotros, pero otras veces nos llega al corazon y nos hace recordar. ¿Qué puede representar un gallo que canta? Puede ser un hecho clave en la vida, una gran alegria, un inmenso dolor, una experiencia no prevista o negativa, como lo ha sido para Pedro. Este hecho testimonia que cada caida puede ser el inicio de una profunda conversion. Que un gallo cante, tambien en nuestra vida, es una gracia. Nos recuerda que somos fragiles, pobres, pequeños, y espera la mirada de Dios sobre nuestro pecado, sobre la miseria del hombre, que no es abandonado jamás. Quizas un gallo cantará “para inquietar la falsa paz de las conciencias y despertar al compromiso del renacimiento bautismal” (Liturgia ambrosiana). Nuestra existencia esta llena de “gallos” que cantan repetidamente; en ciertas ocasiones, no los escuchamos y seguimos tranquilamente por nuestra vida.
Lagrimas amargas
El evangelio de Marcos dice: “Explotó en llanto” (Mc 14,72), mientras que Lucas dice que “saliendo, lloró amargamente” (Lc 22,62). El llanto de Pedro se indica con una expresión de difícil traducción. Literalmente sería “echado encima (postrado), lloraba. Frase oscura, que probablemente indica un llanto repentino y torrencial: “rompió a llorar”. Además, el verbo “llorar” (klaien) no indica un llanto silencioso, sino un llanto que se hace notar, acompañado de gemidos y lamentos. Y el imperfecto, tiempo verbal en el que se encuentra el verbo “llorar”, indica que se trata de un llanto prolongado. Recordar es mucho más que conservar. Implica no sólo la memoria, sino también el corazón. El recuerdo y el llanto han mantenido abierta la historia de Pedro, al contrario de Judas. Pedro ha negado a Jesús, pero no lo ha “entregado”. Y su negación, aunque reiterada, es fruto del miedo, no conclusión de una trama
No está escrito que Pedro se haya arrepentido. Solo se dice que se largó a llorar. Llorar es más que arrepentirse. El llanto revela amor: un sentimiento mas verdadero que el arrepentimiento. Estas lagrimas son el signo que conducen a Pedro conocerse verdaderamente. En este llanto esta la aceptacion de aquello que el es verdaderamente: un pobre hombre, como todos, necesitado de ser salvado. Este es el gran descubrimiento. Sentirse pobres hombres pecadores y pobres mujeres pecadoras, pero con una posibilidad de salvacion. Pedro descubre en esta triste experiencia, el rostro de Dios que es amor sin limites, amor gratuito colmado de misericordia que no condena ni acusa, no juzga y ama totalmente. Ahora lo ha encontrado. Para esto le han servido los tres años que ha vivido con Jesus: para comprender que Dios es mas grande que nuestro corazon, aunque esté turbado e inquieto. Pedro rompe en llanto, en “lagrimas amargas” porque hace la experiencia mas facil y mas dificil de la vida: dejarse amar.
San Ambrosio es uno de los Padres de la Iglesia que más evidencia la misericordia. Quizá algunos conocen la frase con que termina el Hexamerón, el relato de la creación: «Creó el cielo, y no leo que descansara; creó la tierra, y no leo que descansara; creó el sol, la luna y las estrellas, y no leo que descansara. Leo que creó al hombre, y entonces descansó / habens cui peccata dimitteret / pues ya tenía un ser a quien perdonar los pecados». Este es el descanso de Dios.
Una bella oracion de san Ambrosio comenta de modo magnifico este texto del evangelio:
«Bonae lacrimae quae lavant culpam. / Qué buenas [queridas por el corazón] son las lágrimas que lavan los pecados. / Denique quos Iesus respicit plorant. / Por eso todos aquellos a los que Jesús mira, lloran [cuando Jesús mira a un pobre pecador, este rompe a llorar]. Pedro negó por primera vez y no lloró, porque aún no le había mirado el Señor. Pedro negó por segunda vez y no lloró, porque aún no le había mirado el Señor. Pedro negó la tercera vez: / respexit Iesus et ille amarissime flevit / Jesús le miró y él lloró con amargura». El llanto no viene del pecado. «Todo el que comete pecado es un esclavo del pecado» (Jn 8, 34). El pecado nos conduce al vicio, no al llanto. «Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8, 36). Cuando Jesús mira, se llora. Y se llora al acordarnos de él. «El Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro recordó» (Lc 22, 61). No se llora por la humillación, se llora porque somos amados de esta manera. Se llora de gratitud, porque somos mirados de esta manera. Porque, pobres pecadores, somos amados de esta manera. «Respice, Domine Iesu, / Míranos, Señor Jesús, / ut sciamus nostrum deflere peccatum. / para que aprendamos a llorar nuestros pecados. / Unde etiam lapsus sanctorum utilis. / Por eso también el pecado de los santos es útil. No me ha acarreado ningún daño el que Pedro lo traicionara, me ha sido más útil el hecho de que [Jesús] lo perdonara».
En el segundo fragmento, Ambrosio comenta un salmo y habla de Pedro: «Quem Dominus respicit salvat. / A quien el Señor mira, lo salva. Por tanto, en la pasión del Señor, cuando Pedro traicionó / [y aquí Ambrosio dice algo que me parece muy bello] sermone, non mente / [cuando Pedro traicionó] con la palabra, pero no con el corazón…». De este modo san Ambrosio distingue los pecados debidos a la fragilidad del proyecto del pecado. También los pecados de fragilidad pueden ser pecados mortales; no es esto lo que san Ambrosio contesta. Nuestros pecados de fragilidad pueden ser pecados mortales, si se dan las tres condiciones para que un acto sea pecado mortal. Pero el pecado de fragilidad es diverso del proyecto del pecado. Ambrosio tiene para con Pedro esta mirada de ternura, como hacia un niño que se equivoca. Pedro ha renegado, pero con los labios (sermone) no con el corazón (non mente). Y añade una observación estupenda: «(las palabras de Pedro que lo reniega contienen más fe que la doctrina de muchos [las palabras de Pedro, que por miedo lo traiciona, no destruyen un apego al Señor, un apego más fiel que los discursos de muchos]) / respexit eum Christus / Cristo lo miró / et Petrus flevit; / y Pedro lloró; y así [con el llanto] lavó su propio error. / Ita quem visus est voce denegare / Así aquel que con la palabra les pareció a los otros [quizá también a Juan cuando vio que Pedro decía lo que dijo] que negaba al Señor, / lacrimis fatebatur / con las lágrimas daba testimonio de Él».
Con las lágrimas Pedro dio testimonio del Señor. Quisiera añadir una observación. Hay un indicio que distingue la fragilidad del pecado de la proyectualidad del pecado, y es evitar las ocasiones próximas de pecado. Lo diremos en el Acto de dolor cuando nos confesemos. El indicio de que el pecado no es nuestro proyecto, es la voluntad de huir de las ocasiones próximas de pecado. Porque el pecado se comete en el corazón. El pecado se comete cuando se adhiere en el corazón al deseo malo. El pecado se comete en el corazón. El gesto, cualquier gesto pecaminoso, es una consecuencia del corazón que se adhiere al deseo malo; del corazón que cede al deseo malo, en vez de ponerse de rodillas a pedir. También ponerse de rodillas, incluso sólo este gesto físico de ponerse de rodillas, ¡cuánto lo aprecia el Señor! Ponerse de rodillas y pedir. Y la gracia de la petición cierta, cuando la dona el Señor, la certeza de la petición que pide sin dudar es infalible. Lo dice Jesús (cf. Mc 11, 23-25). Lo escribe el apóstol predilecto: «Todo el que permanece en Él, no peca» (1Jn 3, 6). Cuando se permanece en el Señor no se peca. Cuando el Señor dona permanecer en Él, esta oración es infalible. Evitar las ocasiones próximas de pecado es el indicio de que nuestros pecados son pobres pecados de fragilidad, pero que no son el proyecto de nuestra vida. No son una proyectualidad mala.
Otra oracion de san Ambrosio afirma en el himno Al canto del gallo, Aeterne rerum conditor, que en la antigua liturgia ambrosiana se rezaba siempre, todos los días, en la mañana. Junto con el himno de las Vísperas Deus creator omnium, creo que el himno Aeterne rerum conditor es la poesía más bella de la literatura cristiana antigua: «Iesu, labantes respice / Pon tus ojos, Señor, en los que caemos [los lapsi eran los que durante las persecuciones habían traicionado la fe] / et nos videndo corrige; / y levántanos con tu mirada [corrige quiere decir cum-regere, levantar]; / si respicis labes cadunt / si tú nos miras los pecados caen / fletuque culpa solvitur / y en el llanto la culpa se disuelve».
El escritor rumano Emil Ciorán (1911-1995), decía que “en el día del juicio serán contadas únicamente las lágrimas”. Es sustancialmente una idea bíblica, porque el antiguo salmista hebreo cantaba a Dios: “Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre” (Salmo 56, 8). Dios es representado como un pastor que camina por el desierto llevando sobre las espaldas un odre, “el pozo portátil”, como lo llamaban los beduinos, con la reserva de agua que permite sobrevivir antes de llegar a un oasis. Es, por tanto, un recipiente de vida, precioso y cuidado con mucha atención. Ahora bien, el Señor en su odre recoge nuestras lágrimas, frecuentemente ignoradas por los demás. Esas lágrimas no caen en el polvo del desierto de la historia, disolviéndose en la nada. Está Dios que las coloca en su odre conservándolas como si fueran perlas. Para esperarnos no se encuentra, por tanto, el absurdo; ni una divinidad implacable atenta a pesar únicamente nuestras culpas. Nos encontramos lejos del amargo escepticismo del poeta dramaturgo griego Esquilo (525-456 a.C) que, en su escrito “Persas”, frente al insomne respiro de dolor que va de la tierra al cielo, se interrogaba: “Yo grito en voz alta mis infinitos sufrimientos ¿de lo profundo de las sombras, quien me escuchará?”. Ese silencio es roto por Dios que pesa las lágrimas para transformarlas en luces.
La quinta obra de misericordia espiritual es la de : “consolar al triste”, que se extiende en “secar las lágrimas de quienes lloran”. El miércoles de Ceniza de 2015, Francisco predicaba que “los hipócritas no saben llorar, han olvidado cómo se llora”. Algunas veces en nuestra vida las lentes para ver a Jesús son las lágrimas. Para San Pío de Pietrelcina “la oración es la llave que abre el corazón de Dios. Debemos hablarle a Jesús, no sólo con los labios sino con el corazón. En realidad, en algunas ocasiones debemos hablarle sólo con el corazón y las lágrimas”. Saber transformar el llanto en oración es un buen aprendizaje.
En el pequeño museo que tienen los franciscanos en Nazaret vi por primera vez un “vaso de lágrimas”. Es un pequeño recipiente de cristal con un cuello largo y estrecho, que se ensancha un poco en la parte superior. Esos vasos contenían las lágrimas derramadas por los seres queridos y se depositaban en el sepulcro como el mejor testimonio simbólico de un amor auténtico. Después de haber visto ese vaso de lágrimas, entendí mejor el versículo del salmo citado al inicio: “Tú recoges mis lágrimas en tu odre!”. Traté de imaginar cómo es ese vaso donde Dios ha conservado todas las lágrimas derramadas a lo largo de mi vida. Cuál será su volumen! Hasta donde habrá subido el nivel en el vaso! Qué distinto es llorar solo o llorar ante el rostro de aquel que puede enjugar toda lágrima! (Ap 7,17; 21,4). No todas las lágrimas son bienaventuradas. Sólo son así las lágrimas de amor, compartiendo el dolor con quien sufre, las de Jesús por su amigo muerto Lázaro, las de santa Mónica por su hijo san Agustín que vivía una vida de perdición, o las de la mujer pecadora del evangelio que, puesta a los pies de Jesús, empezó a lavar sus pies con sus lágrimas besándolos y ungiéndolos con perfume (Lc 7,38). Son bienaventuradas las lágrimas de Pedro, cuando después de su traición, se sintió mirado por Jesús con infinito amor (Lc 13,62). Las dejó dibujadas el Greco en sus distintas réplicas de ese tema que llegó a obsesionarle. Según la tradición llegaron a causar profundos surcos en su rostro. Preguntémonos: cuándo he llorado por última vez? Cuál es la causa más frecuente de mis lagrimas? Lloramos por nosotros mismos o por los demás, por los sufrimientos de las personas que padecen en el cuerpo o en el espíritu? Al decir del poeta español del Siglo de Oro, Félix Lope de Vega (1562-1635): “No hay en el mundo oradores tan elocuentes como las lágrimas”, pero nuestra misión no es causar llanto sino ser las manos y el pañuelo que sequen el llanto de quienes con su silencio interpelan nuestra cercanía.
Hay una homilía que don Primo Mazzolari, el párroco de Bozzolo y precursor del Concilio Vaticano II, pronunció el Jueves Santo de 1958, dedicada justamente a «Judas, el traidor»: «Pobre Judas —comenzó el sacerdote. Yo no sé qué le habrá pasado en el alma. Es uno de los personajes más misteriosos que encontramos en la Pasión del Señor. Tampoco trataré de explicarlo, me conformo con pedirles un poco de piedad por nuestro pobre hermano Judas. No se avergüencen de asumir esta fraternidad. Yo no me avergüenzo, porque sé cuántas veces he traicionado al Señor; y creo que ninguno de ustedes debería avergonzarse de él. Y al llamarlo hermano, nosotros usamos el lenguaje del señor. Cuando recibió el beso de la traición, en el Getsemaní, el Señor le respondió con esas palabras que no debemos olvidar: ‘¡Amigo, con un beso traicionada Hijo del hombre!’».
«¡Amigo! Esta palabra —continuó Mazzolari— nos indica la infinita ternura de la caridad del Señor, también nos hace comprender por qué yo en este momento lo he llamado hermano. Dijo en el Cenáculo, no les llamaré siervos, sino amigos. Los Apóstoles se convirtieron en los amigos del Señor: buenos o no, generosos o no, fieles o no, siempre serán los amigos. Nosotros podemos traicionar la amistad de Cristo, Cristo nunca nos traiciona, nunca traiciona a sus amigos; incluso cuando no lo merecemos, incluso cuando nos rebelamos contra Él, incluso cuando lo negamos, ante sus ojos y su corazón, nosotros seremos siempre amigos del Señor. Judas es un amigo del Señor incluso en el momento en el que, besándolo, consumaba la traición del Maestro».
Después de haber recordado el fin desesperado del apóstol, Mazzolari concluyó: «Perdónenme si esta tarde, que habría tenido que ser de intimidad, les he traído consideraciones tan dolorosas, pero yo quiero también a Judas, es mi hermano Judas. También rezaré por él esta tarde, porque yo no juzgo, yo no condeno; debería juzgarme a mí, debería condenarme a mí. Yo no puedo no pensar que es también para Judas la misericordia de Dios, este abrazo de caridad, esa palabra amigo, que le dijo el Señor mientras él lo besaba para traicionarlo; yo no puedo pensar que esta palabra no se haya abierto brecha en su pobre corazón. Y tal vez, el último momento, al recordar esa palabra y la aceptación del beso, Judas también sintió que el Señor lo quería y lo recibía entre los suyos. Tal vez fue el primer apóstol que entró, junto a los dos ladrones. Un séquito que parece no hacer honor al Hijo de Dios, como algunos lo conciben, pero que es una grandeza de su misericordia».
«Y ahora, antes de retomar la Misa, repetiré el gesto de Cristo en la última Cena, lavando a los niños que representan a los Apóstoles del Señor entre nosotros, besando esos pies inocentes; dejen que yo piense un momento en el Judas que llevo dentro de mí, en el Judas que tal vez ustedes también llevan. Y dejen que le pida a Jesús, al Jesús agonizante, a Jesús que nos acepta como somos, dejen que le pida, como gracia pascual, que me llame amigo».
La vergüenza es una gracia. Hay tres personajes bíblicos de la Pasión de Cristo: Pedro, el apóstol que niega tres veces a Jesús y llora su vergüenza “amargamente”; el buen ladrón que se “avergüenza de estar crucificado al lado de un inocente” y el apóstol que entregó a Jesús. La tercera vergüenza, “la que me conmueve más, es la vergüenza de Judas”, aseguró al referirse al discípulo que vendió a su maestro a los poderosos de la época por treinta monedas de plata y considerado el más controvertido de los doce. “Judas es un personaje difícil de entender, ha habido tantas interpretaciones de su personalidad. Al final, sin embargo, cuando veo lo que ha hecho. Él se dirige a los ‘justos’, a los sacerdotes: ‘He pecado: he entregado a la muerte a un inocente’. Ellos le contestaron: ‘¿Qué nos importa eso a nosotros? Es asunto tuyo’ (Mateo 27: 3-10). Entonces él se va con la culpa que lo asfixia”. Quizás si él hubiera encontrado a la Virgen, las cosas hubieran sido otras, pero el pobre se va, no encuentra manera de salir y fue a ahorcarse. Hay tantas maneras de avergonzarse; la desesperación es una, pero debemos tratar de ayudar a las personas desesperadas a encontrar el verdadero camino de la vergüenza, y que no recorran la vía que acabó con Judas.