Podrá resultar extraño y políticamente incorrecto, luego de haber escuchado y visto a lo largo de varios días la expresión captada en millones de pancartas, que hayamos titulado este artículo: “Yo no soy Charlie”. Ante todo, debe quedar en claro que siempre, el asesinato de un ser humano debe ser condenado con firmeza, porque la violencia homicida es abominable, nunca es justificable, y la dignidad de la persona humana debe ser garantizada y tutelada por todos con decisión. Toda la familia humana es herida cuando una persona es asesinada, así como toda la humanidad está a salvo cuando una sola vida es rescatada de la violencia y del odio mortífero. La fe es de oro, el entusiasmo de plata, pero el fanatismo siempre es de plomo, por eso asesina. Presentada esta premisa clave, afirmo primeramente que yo no soy Charlie porque, entre quien está vivo y quien está muerto, asesinado por una ráfaga de disparos en nombre de Allah, hay un abismo de diferencia, y creo que ninguno de nosotros quiera ser Charlie así. Si Charlie pudiera hablar, diría: “Cuidado, porque ustedes están vivos y nosotros estamos muertos”. Incluso podría ser tema de una viñeta. No soy Charlie, porque no todos somos dibujantes irreverentes como Georges Wolinski, el humorista asesinado en París, ni tampoco Bernard Maris, economista, escritor y periodista fundador de Charlie Hebdo que desde 2008 formaba parte de la Logia masónica Roger Leray. No soy Charlie, porque todos ellos con total libertad se declaran ateos y yo con total libertad me declaro católico. Como afirmó Francisco al llegar a Sri Lanka: “La diversidad no es una amenaza, sino la ocasión de diálogo auténtico y búsqueda de la verdad para conseguir una paz a la que siempre se le dificulta su renacer”. El fundamento de la libertad, la de ser y de expresarse, está en reconocer que en el mundo no todos somos iguales. Somos diversos, y esa diferencia es la que enriquece una sociedad y al mundo. El fanatismo, en cambio, propugna una igualdad absoluta, casi diciendo: “Si no te pareces o no quieres ser como yo, entonces te debo eliminar”. Cuidado, porque para el fanático, todos deberíamos ser Charlie. El fanatismo busca la homogeneización de pensamiento y uniformidad en estilos de vida. Y no es así, porque uno de los valores más bellos y grandes de nuestra cultura es el reconocer que el mundo es diverso. Es bello porque es variado. Nuestra cultura se hace con rostros y opiniones distintas, al mismo tiempo que se define en su multiformidad. No soy Charlie. No soy dibujante. Tampoco aprecio la irreverencia múltiple de Charlie. Fue Charlie quien mostró a Benedicto XVI, inmediatamente después de su renuncia al pontificado, manifestando un supuesto amorío homosexual con un guardia suizo y diciendo “por fin libre”. En otra caricatura se observa a Jesús crucificado enojado, reclamando que lo saquen de la Cruz para que pueda votar en el Cónclave de 2013, bajo el titular “Otra elección falsificada”. Un dibujo más, representaba a la Santísima Trinidad en una actitud que me resulta sacrílega y por eso chocante, imposible de explicar aquí. Otra viñeta presentaba al Papa Francisco vestido como una prostituta de carnaval, con el texto “dispuesto a todo para conseguir clientes” bajo el titular “el Papa en Rio”. En declaraciones al periódico holandés Volkskrant, el caricaturista Bernard Willem Holtrop, uno de los trabajadores más antiguos de Charlie Hebdo, refiriéndose a las muestras de solidaridad como las del Papa Francisco, la reina Isabel II de Inglaterra y Vladimir Putin, aseguró: “Tengo que reírme: Vomitamos sobre toda esta gente que ahora dice que son nuestros amigos”. Cuando veo esos dibujos no puedo identificarme con Charlie. Los cristianos somos respetuosos y tolerantes. No por sentirnos ofendidos es que salimos a matar. Tantas veces debemos repetir como el Nazareno colgado de la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Si, dejo en claro y de modo rotundo que me duele que se reproduzcan imágenes que ofenden tanto a mi fe, a mis padres que me educaron en este Credo, a mi madre Iglesia y al Papa. Al mismo tiempo hay que subrayar sin complejo alguno que la libertad de expresión y la libertad de prensa no dan derecho a insultar, despreciar, blasfemar, pisotear o burlarse de la fe o de los valores de los ciudadanos, ni a atacar de modo sistemático a las comunidades musulmana o cristiana. No es cuestión de tolerancia o librepensamiento: el insulto es una forma de violencia. Lo ha declarado el Papa dirigiéndose a los periodistas en el vuelo que lo llevaba a Filipinas, subrayando que “la libertad de expresión debe ejercerse sin ofender. No se debe provocar, ni insultar la fe de los demás. No se le puede tomar el pelo a la fe. Hay un limite!”.
Por ultimo, pero no por eso menos importante, pareciera que para ciertos sectores de este felón mundo occidental hubiera muertos de primera y de segunda categoría. Abrimos los ojos frente a los muertos en Europa y los cerramos frente a la violencia feroz y las injusticias cometidas por los jihadistas del auto proclamado califato islámico en Siria, Afganistán, Nigeria, Libia e Irak, donde se matan a cristianos, se secuestran a niñas cristianas, se expulsa a los cristianos de su tierra, se roban sus casas y sus iglesias sin que nadie en Occidente lo denuncie, ni se hagan conjuras intergubernamentales, ni se convoquen manifestaciones callejeras, ni se lloren a los que inocentes de toda provocación y ofensa son masacrados sencillamente por ser diferentes, por ser cristianos sin serlo contra nadie. Cerramos los ojos sobre la “N” de “nazara” (nazarenos) empleada como marca infame por el Isis contra los cristianos para privarlos de libertad y de la misma patria como hicieron los nazistas contra los hebreos. Nuestro elitista mundo occidental se hace el distraído dando la espalda de la indiferencia a las múltiples persecuciones, muertes y graves atentados a los derechos humanos de quienes no viven dentro de sus fronteras. En Irak mas de 120.000 desplazados huyeron del Estado Islamico (Isis) por no querer convertirse al Islam, y viven en condiciones infrahumanas en medio de un crudo invierno. El pasado 10 de enero el grupo extremista islámico Boko Haram ataco 16 localidades de la ciudad de Baga, en Nigeria, incendiando viviendas y asesinando en un solo día a los pobladores que no lograron huir y que fueron mas de 2000 en una sola jornada. Frente al martirio de los cristianos, el mundo observa e hipócritamente calla, sin organizar marchas de solidaridad y protesta. Por ahí, algún aislado lamento, y luego un paradójico ensordecedor silencio. Es preocupante que de 196 Estados que tiene el mundo, en 116 de ellos el derecho a la libertad religiosa y de las minorías encuentre obstáculos y estén viviendo la persecución o la muerte. Mucho se ha citado en estos días en relación con Charlie Hebdo aquella frase del filósofo y escritor francés Voltaire: “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé tu derecho a decirlo”. Se podría complementar con otra del escritor, también francés, Jean de la Bruyere: “Casi siempre la burla arguye pobreza de espíritu y desprecio hacia el otro”.