Pbro. Dr. José Manuel Fernández
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme» El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos» Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,51-62).
El evangelista indica el comienzo del viaje de Jesús hacia Jerusalén con una frase emblemática que literalmente puede ser traducida así: “Cuando estaba por cumplirse los días de su asunción (en griego: analêmpsis), endureció su rostro para ir a Jerusalén”. Este término que deriva del verbo “analambanein” (“elevar”) indica no solamente la ascensión de Jesús, sino todos los acontecimientos que la precedieron: pasión, muerte y resurrección. La expresión semítica “endureció” (estêrisen) su rostro”, expresa la firmeza y resolución para afrontar una decisión comprometedora. Está implícita la idea de una gran prueba a superar. Jesús emprende su camino hacia Jerusalén, la ciudad que para Lucas representa el centro de la salvación, dónde le espera el sufrimiento y la muerte. Ahora afronta esta situación con la misma determinación que caracterizó al Siervo Sufriente del Antiguo Testamento profetizado por Isaías: “El Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado” (Is 50,7; cfr. Ez 3,8-9). Esta decisión de ir a Jerusalén es seguida por una elección operativa: “Jesús envió mensajeros delante de él”. Los enviados partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron “porque se dirigía a Jerusalén”. A los samaritanos no les agradaba el proyecto de Dios, porque fijaba como centro de los hechos salvíficos la ciudad de Jerusalén, que para ellos era enemiga. Ante este rechazo, los “hijos del trueno”, Santiago y Juan, desean que aquellos reciban un castigo, pero Jesús “se dio vuelta y los reprendió”. El verbo “reprender” (epetimaô), indica las amenazas hechas por Jesús a los demonios en los exorcismos, o las pronunciadas ante Pedro, luego del primer anuncio de la Pasión (Mc 8,32.33). Los dos discípulos reciben una reprimenda porque ellos, como Pedro, se oponen al camino del sufrimiento de Jesús. La venganza es ajena al proyecto divino. Las exigencias extremas de Jesús, y que aparecen en los tres ejemplos del evangelio de hoy se pueden resumir así: 1) Disponibilidad para vivir en la inseguridad manifestada en el desapego de las cosas y los apoyos materiales. Frente a uno que generosamente dice: “¡Te seguiré adonde vayas!”, la respuesta de Jesús es: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). El acento viene puesto en la itinerancia. “El cristiano es un peregrino sin camino, pero tenazmente siempre en camino” (San Juan de la Cruz). La vida del apóstol se coloca así, bajo el sello de lo imprevisto. 2) Ruptura con el pasado y desapego en los afectos, formulado en perfecto estilo semítico, con declaraciones fuertes. El segundo personaje dice inmediatamente “sí” frente al “Sígueme”. La dificultad radica en el “pero” permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. A lo que Jesús responde: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9,60). Jesús no condena los funerales. Pero la prioridad viene acordada al anuncio del Reino. Es necesario mirar hacia delante. El pasado se sepulta a sí mismo y por sí solo. 3) Decisión irrevocable. El tercer diálogo es con quien dice: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”. Todavía hay aquí un “pero”. Y es el más natural. Es duro el camino sin afectos y sin amigos. Jesús responde: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9,62). No hay espacio para la dilación ni concesión para el llanto. El compromiso es total y definitivo porque se nutre de una promesa, no de una nostalgia. Tendremos que cuidarnos del riesgo prepotente de la nostalgia que para los griegos –como indica el mismo término- era un virus, “la enfermedad del retorno” que puede impedir el futuro, la esperanza y el compromiso confiado.