Pbro. Dr. José Manuel Fernández
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Simón Pedro dijo: “Voy a pescar”. Los otros le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Jesús les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. El le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Después le dijo: “Sígueme” (Jn 21,1-19).
El evangelio de hoy nos relata la tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos. De nuevo ante un trabajo cansador e ineficaz, como tantas veces. Nuevamente la dureza de cada día, en un cotidiano sin Jesús, como antes. Alguien extraño se aparece a una hora temprana, desde la orilla en medio del cansancio y del vacío. Desde la orilla, ese extraño, el Señor, se atreve a provocar haciendo una pregunta allí donde más dolía: sobre lo que había. Ellos confiaron en él, y el resultado fue el inesperado, ese que sorprende porque ya no se espera, porque se nos da cuando vamos de retirada y estamos de vuelta, con las manos vacías y el corazón encogido. Jesús come con ellos alrededor de un fuego, como aquel en torno al cual Pedro juró no conocer a Jesús, negándolo tres veces.
Quisiera que recordáramos la triple negación de Pedro, según el evangelio de Marcos (14,66-71). Hay un diálogo entre la criada del sumo sacerdote y Pedro; luego, entre la misma criada y los allí presentes; finalmente entre los allí presentes y Pedro. Estamos ante dos obstinaciones: la de la mujer que reconoce a Pedro y lo dice claramente a los allí presentes, y la de Pedro que lo niega una y otra vez. Una criada ve a Pedro que se está calentando, lo mira con atención (en griego: “emblepein”), lo identifica y dice: “También tú andabas con Jesús, el de Nazaret” (14,67). Pedro es identificado por el rasgo más esencial que le caracteriza como discípulo: “estar con Jesús”. En su segunda intervención (14,69) la mujer habla de Pedro al grupo de los presentes: “Este es uno de ellos”. Se lo identifica ahora con el “grupo”. Así, después de haber sido identificado como seguidor de Jesús, a Pedro se le identifica ahora como miembro de la comunidad. La tercera intervención es de los criados y de la guardia a los que había hablado la mujer (14,70): “No hay duda. Tú eres uno de ellos, pues eres galileo”. Aquí se añade una prueba que no deja lugar a dudas. Pedro es traicionado por el más humilde de sus parecidos con Jesús: ser galileo como él. A cada uno de estos reconocimientos corresponde una negación. La historia de Pedro, sin embargo, no termina con la negación, sino con el “recuerdo” de unas palabras de Jesús y con el “llanto” de arrepentimiento: “Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: ‘Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces’. Y se puso a llorar” (14,72). El llanto de Pedro se indica con una expresión de difícil traducción. Literalmente sería “echado encima (postrado), lloraba. Frase oscura, que probablemente indica un llanto repentino y torrencial: “rompió a llorar”.
Para comprender las preguntas que el Señor Resucitado le formula ahora a Pedro, es necesario constatar que, en griego, el verbo “philéo” expresa el amor de amistad, tierno, pero no total; mientras que el verbo “agapáo”, significa amor sin reservas, total e incondicional. La primera vez. Jesús le pregunta a Pedro si lo ama con ese amor incondicional (“agapâs-me”). A lo que Pedro responde: “Señor, te quiero” (“philô-se”), pero con mi pobre amor humano. Cristo insiste una segunda vez, si lo ama con ese amor incondicional, a lo que Pedro responde que sólo con el amor débil y humano de él. La tercera vez Cristo le interroga: “¿Phileîs-me?”, me quieres con tu amor humano y débil. El apóstol responde: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (“philô-se”). Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús. Con Dios siempre es posible empezar. En el último día, aunque nosotros miles de veces nos hayamos equivocado, el Señor miles de veces me preguntará. “¿Me quieres?”. Y yo no tendré más que responder una y otra vez; siempre: “Señor, tú sabes todo. Tú sabes que te quiero”.
sea habitable.