Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández
El Domingo de Pascua descubrimos a María Magdalena, a Pedro, y a Juan, que corren. La carrera de María Magdalena nace ante todo del amor. Ella había ido al sepulcro movida por el deseo de encontrar al Amado perdido. He aquí que encuentra la tumba vacía: ¿Dónde está el Amado de su corazón? Ella recorre el camino con la intuición del amor; y es que el sepulcro vacío, mediante la elocuencia del silencio, niega una ausencia y reafirma la presencia. Su agilidad en los pasos nace de la plenitud de sentimientos de quien, amando intensamente, no se rinde frente a la aparente victoria de la muerte ni se paraliza ante la ausencia del cuerpo del sepulcro, sino que continúa creyendo en el futuro que le dona la esperanza que no muere: “El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 201,1). María Magdalena nos enseña a agilizar nuestros pasos por amor hacia el Amado, aún cuando éste parezca retirarse en el silencio, desaparecer en la muerte o hablarnos sólo a través del vacío de la ausencia.
El día de Pascua también debemos aprender de la carrera de los dos discípulos: Pedro y Juan; el anciano y el joven, la Cabeza de la Iglesia y el discípulo del amor. Es el evangelio de Juan quien nos dice que ellos dos “salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó” (Jn 20,3-8). ¿Por qué corren los dos apóstoles? ¿Y por qué Juan, el amado, corre más veloz que Pedro, y luego, al llegar al sepulcro, se detiene y espera al más anciano? La respuesta está en el amor por Jesús. La carrera de Pedro y Juan es expresión del amor de quien busca con el deseo y el ardor de encontrar al Amado. Pero la carrera de ambos y el detenerse de Juan, el más joven, nos enseña a respetar los tiempos de Dios, dejando que sea Él quien nos acoja y nos hable al corazón. El amor exige que corramos a su encuentro, pero esta carrera nunca deberá forzar las etapas del encuentro. ¡Qué maravilla la actitud del joven Juan hacia el anciano Pedro! No se desesperó ni se abalanzó diciendo: “yo estoy primero”. Con el respeto propio del amor, cedió delicadamente el paso al más anciano.
La Pascua otorga a los corazones que dan el paso de la resurrección, el respeto y la veneración hacia el otro. Es que la noticia de que Cristo ha resucitado es punto de encuentro que aleja cualquier división; es fuente de alegría que lleva a no olvidarse menospreciando al otro. Un científico que vivía preocupado por los problemas del mundo estaba resuelto a encontrar los medios para subsanarlos. Cierto día, su hijo de siete años, invadió su oficina decidida a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que se fuera a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención. De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y, junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo, diciendo: “Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo roto para que lo repares sin ayuda de nadie”. Entonces calculó que al pequeño le llevaría diez días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño diciendo que había terminado. Al principio, el padre no le creyó. Levantó la vista y para su sorpresa, descubrió que el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus lugares correspondientes. Dijo el padre: “Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿Cómo lo lograste?”. “Papá, respondió el pequeño, yo no sabía cómo era el mundo; pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di vuelta los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta la hoja y vi que había arreglado al mundo”. Resucitando, Jesucristo vino también a querer recomponer el corazón del hombre para que el mundo cambie y sea habitable.