El escuchar es el sentido más adecuado para aprender la complejidad de la vida. Sin embargo, que poco nos escuchamos. El arte de escucharnos no forma parte de las competencias que el hombre busca perfeccionar. En la Regla de san Benito hay una frase esencial para quien desea saber cómo se activa el oído auténtico: “Atiende el oído de tu corazón”. Significa que la escucha no se practica solamente a través de una escucha externa, sino con los sentidos del corazón. Escuchar no significa simplemente recibir el discurso sonoro: es ante todo una actitud, es la inclinación hacia el otro, es disponibilidad para acoger lo dicho y lo no dicho. Hoy sabemos que al tercer mes de gestación, el aparato auditivo del niño ya es capaz de captar los sonidos. En aquel momento siente por primera vez la voz humana y percibe el rumor externo. Si tenemos en cuenta a esto, lo primero que ha escuchado el ser humano ha sido el soplo de Dios: “El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gen 2,7). El barro ha escuchado el respiro del Eterno. Allí comenzó nuestra gran aventura. Naturalmente, aquello que era en nosotros polvo, un día volverá. Pero no del mismo modo. Como recita el poeta español Francisco de Quevedo en uno de sus poemas titulado: “Amor constante más allá de la muerte”, donde dice,
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
En la vida hay un instante en que entendemos que el conocimiento decisivo viene de la escucha. Un Padre del desierto cuenta de un discípulo con tal capacidad de escucha que podí distinguir a distancia de siete metros una aguja que caía. Y pensar que nosotros generalmente no llegamos a escucharla caer ni siquiera a siete centímetros. La escucha requiere ejercicio. El silencio no es sólo exterior. Se hace necesario que el corazón también esté en silencio. Pero este silencio requiere determinación y compromiso. Decía otro Padre del desierto: “Quien se sienta en el desierto para custodiar la quietud con Dios está liberado de tres guerras: la del escuchar, del hablar y del ver. Le queda una sola: la del corazón”. La escucha es una forma de hospitalidad.
¿Porqué hemos titulado a esta reflexión “La melodía del corazón”? Porque hay una analogía, una suerte de parentesco interno, entre la escucha musical y la espiritual. Martín Lutero lo había entendido bien cuando fundó su teología de la música, sobre la afirmación de Pablo en la Carta a los Romanos: “La fe viene de la escucha” (Rom 10,17). La esencia de la música es rítmica y no conceptual. Se deja simplemente escuchar. Procura un despertarse de la conciencia, una atención al instante. La melodía es lo mas fácil de recordar, la esencia de la canción y lo que la hace reconocible. Para que una melodía suene coherente debe respetar la tonalidad en la que está compuesta la obra. Si la melodía tenía un componente horizontal, la armonía es eminentemente vertical. La armonía cumple la función de acompañamiento, armazón y base de las melodías. Hablar de armonía es hablar de acordes y sus cadencias. Un acorde es un conjunto de 3 o mas notas que se tocan, o se perciben, simultáneamente. Esta palabra proviene del término griego meloidia que significa cantar. La palabra melodía se puede definir como el conjunto de sonidos que al ser agrupados de una forma determinada, puede transformarse en un sonido agradable al oído de quien la escucha. Para que la melodía pueda existir como tal, necesita de dos elementos fundamentales que el compositor debe tomar en cuenta, estos serian las emociones, la creatividad y todas las sensaciones que se desee transmitir a través de la música.
El músico es una especie de asceta. Su arte requiere la máxima concentración, y exige una escrupulosa fidelidad a la partitura. La música narra que lo indecible se extiende a lo decible, que el infinito atraviesa lo finito. Lo imperceptible se hace audible. Es significativo el modo como el Papa emérito Benedicto XVI, melómano confeso, evoca el efecto que le provoca escuchar a sus compositores preferidos, y lo dice en una Audiencia General del 31 de agosto de 2011: “cuando escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios. Vuelve a mi mente un concierto de piezas musicales de Johann Sebastian Bach, en Munich, dirigido por Leonard Bernstein. Al concluir el último fragmento, en una de las Cantatas, sentí, no por razonamiento, sino en lo más profundo del corazón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del sumo compositor, y me impulsaba a dar gracias a Dios. Junto a mí estaba el obispo luterano de Munich y espontáneamente le dije: «Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios».
El corazón de Jesús tiene una melodía propia: un conjunto de sonidos que crean una armonía. Son los sentimientos que brotan de las Bienaventuranzas: desapego, mansedumbre, consolación, justicia, misericordia, pureza, paz. El comediógrafo francés Moliere afirma que “Jamás se penetra por la fuerza en un corazón. Aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen”. En la carta fundamental o el carné de identidad del cristiano, que es el contenido del Sermón de la Montaña se cumple aquello que la escritora francesa Marguerite Yourcenar señalaba: “Hay que escuchar la cabeza, pero hay que dejar hablar al corazón”. En ciertas ocasiones, de ese divino corazón brotan advertencias que pueden resultar duras, pero forman parte también de la melodía. Se cumple lo que advertía el músico jamaiquino Bob Marley: “Algo bueno de la música: cuando te golpea no sientes dolor”.
¿Espiritualidad o devoción?
La Edad Media dio al término devoción un significado nuevo respecto a la antigüedad pagana y cristiana. Con él se indicaba al principio la adhesión a una persona, expresada en un fiel servicio y, en la costumbre cristiana, toda forma de servicio divino. En los grandes autores espirituales de la Edad media la palabra se interioriza; pasa a significar no las prácticas exteriores, sino las disposiciones profundas de corazón. Para San Bernardo indica «el fervor interior del alma encendida por el fuego de la caridad». Con San Buenaventura y su escuela la persona de Cristo se convierte en el objeto central de la devoción, entendida como el sentimiento de conmovida gratitud y amor suscitado por el recuerdo de sus beneficios. El Doctor angélico dedica dos artículos enteros de la Suma a la devoción, que considera el primero y más importante acto de la virtud de la religión. La causa de la devoción es la caridad. Para él consiste en la prontitud y disponibilidad de la voluntad para ofrecerse a sí misma a Dios que se expresa en un servicio sin reservas y pleno de fervor. Este rico y profundo contenido lamentablemente se perdió en gran parte después, cuando al concepto de «devoción» se arrimó el de «devociones», esto es, de prácticas exteriores y particulares, dirigidas no sólo a Dios, sino más a menudo a santos o a lugares determinados, advocaciones e imágenes. Se volvió en la práctica al viejo significado del término. Fijémonos en el himno “Adoro te devote”.
Adóro te devóte, latens Déitas,
quae sub his figúris vere látitas:
tibi se cor meum totum súbicit,
quia te contémplans totum déficit.
Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondida bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
En ese himno el adverbio devote conserva intacta toda la fuerza teológica y espiritual que el propio autor (Tomás de Aquino) había contribuido a dar al término. La mejor explicación de qué se entiende aquí por devotio está en las palabras que siguen en la segunda parte de la estrofa: Tibi se cor meum totum subiicit; «a ti se somete mi corazón por completo». Disponibilidad total y amorosa a hacer la voluntad de Dios. Pío XI definió la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: “La Devoción al Corazón de Jesús está totalmente de acuerdo con la esencia del cristianismo, que es la religión del amor. Y que tiene por fin el aumento de nuestro amor a Dios y a los hombres. No apareció de repente en el magisterio de la Iglesia, ni se puede afirmar que deba su origen a revelaciones privadas. Pues es evidente que las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque no añadieron nada nuevo a la doctrina católica”.
La devoción ayuda a la espiritualidad que es un estilo de vida. En este caso: el estilo del corazón. “Entrar en el corazón de Dios”. “vivir la interioridad”. Cuando Dios estaba creando al mundo, cinco ángeles se le acercaron, y en base a su especialidad, buscaron de satisfacer su curiosidad: “¿Qué estas haciendo?”, preguntó el primero. “¿Porqué lo haces?”, interrogó el segundo. “¿Pudo ayudarte?”, dijo el tercero. “¿Cuánto cuesta todo esto?”, interrogó el cuarto. El primero era un científico, el segundo era un filósofo, el tercero trabajaba en una ONG, el cuarto era un comerciante. El quinto ángel contemplaba y aplaudía: era un místico.
“Sólo se volverá clara tu visión cuando puedas mirar en tu propio corazón. Porque quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”.
Amó con corazón de hombre
En la Constitución pastoral Gaudium et Spes, 22: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.
Pío XII, escribiría en la Encíclica “Haurietis Aquas” (15 de mayo 1956). “El Corazón de Cristo es el corazón de una Persona divina, es decir del Verbo encarnado y, por tanto, representa y casi pone ante los ojos todo el amor que Él ha tenido y tiene aún por nosotros. Precisamente por esta razón el culto del Corazón sacratísimo de Jesús ha de tenerse en tal estima que se considere la profesión más completa de la fe cristiana (…) Por tanto, es fácil concluir que en su esencia el culto del Corazón sacratísimo de Jesús es el culto al amor con que Dios nos ha amado por medio de Jesús, y es a la vez la práctica de nuestro amor hacia Dios y hacia los demás” (AAS 48, 344s).
En el siglo XVII Jesús revela su corazón en Paray le Monial a Margarita María de Alacoque. En 1673 le permitió a ella descansar sobre su corazón. Al año siguiente, en junio o julio de 1674, Margarita María informó que Jesús quería ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. En 1675, durante la octava al Corpus Christi, Margarita María tuvo una visión que posteriormente se conoció como la “gran aparición”. En ella, Jesús pidió que la fiesta del Sagrado Corazón sea celebrada cada año el viernes siguiente a Corpus Christi, en reparación por la ingratitud de los hombres hacia su sacrificio redentor en la cruz. El 16 de junio de 1675 le dice: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de Amor”, pidiendo además desagravio por las injurias que recibe en los altares. Por eso la Iglesia considera la necesidad de la reparación. Es que expiar y reparar es acortar la desproporción entre el amor divino y la ingratitud humana.
Corazón en la Sagrada Escritura
La palabra corazón aparece 873 veces en la Sagrada Escritura. Se habla en el Antiguo Testamento del «corazón» (leb) de Dios . Se trata, sin duda, de la aplicación a Dios de un término antropomórfico. Pero no creo que con decir esta observación trivial se resuelva nada. Más bien, lo decisivo consiste en que Dios asume para hablar de sí y en que la Biblia asume para hablar de Dios la imagen humana del «corazón» para expresar con ella, por analogia, una gama de realidades divinas que nosotros entrevemos y entendemos analogicamente gracias a esa imagen. Impresiona que al inicio de la Biblia, en el libro del Génesis, luego del pecado original, del asesinato de Abel en manos de su hermano Caín, Dios se aflige y se arrepiente en su corazón de haber creado al hombre: “Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón” (Gén 6, 6).
Una fórmula especialmente llamativa aparece en Os 11,8, que además queda fuertemente realzada por el contexto . En él efectivamente se recuerda el amor de Yahveh hacia Israel desde el comienzo de su historia como pueblo: «Cuando Israel era joven, lo amé y llamé a mi hijo de Egipto» (v. 1), y la ingratitud con que Israel ha correspondido a su amor: «Cuanto más los llamaba, más se apartaban de mi rostro, siguiendo sus caminos» (v. 2). La reacción primera de Yahveh que se describe, es la respuesta lógica de castigar a su pueblo: «Assur será su rey» (v. 5); «la espada pasará sus ciudades, sus hijos serán exterminados, sus fortalezas arrasadas» (v. 6). Pero hay una repentina ruptura de esta línea: “Cómo te abandonaré yo, Efraim? ¿Cómo te entregaré a ti, Israel? […] Un vuelco ha dado en mí mi corazón, mi compasión está en ascua viva. No desencadenaré mi ira enardecida, porque soy Dios y no un hombre, en médio de ti soy Santo y no me gusta destruir» (v. 8 s.). El corazón de Dios da un vuelco bajo el impulso de la misericórdia. Quizás los textos dei Antiguo Testamento que mayor importância han tenido en los comienzos de la devoción al Corazón de Jesus, ya que fueron objeto de meditación patrística y medieval, sean algunas frases del Cantar de los Cantares: «Me has robado el corazón, hermana mia, esposa», en lábios del Esposo (Cant 4, 9); o la petición de la esposa al Esposo: «Ponme como sello sobre tu corazón…, pues fuerte como la muerte es el amor» (Cant 8, 6). Con ello se comenzaba lentamente a apuntar hacia el mismo Corazón de Jesus, es decir, hacia el corazón humano, el corazón de carne, del Logos hecho hombre.
El Corazón del Señor en el Nuevo Testamento El único texto que aplica a Jésus explicitamente la palabra «corazón» (kardía), es Mt 11, 29: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón». Al término corazón se añade el adjetivo tapeinós (humilde). Es una manera de dar a ese adjetivo el significado del hebreo shafal en el sentido de “abajarse”. Lo podemos relacionar con la primera de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3). Pneuma en un caso y kardia en el otro serían simples modos de indicar que las actitudes señaladas no son meramente externas, al modo de la piedad de los fariseos, sino realidades interiores. El pasaje se sitúa en una larga tradición bíblica en la que se utiliza la palabra «corazón» para designar la interioridad, tradición bíblica que algo debe tener que decir, incluso a nuestros modos actuales de expresión, en nuestra espiritualidad frente a Jesus. En Mt 11, 29, es esa interioridad, expresada con la palabra «corazón», lo que se senala como punto de referencia para saber qué es lo que hemos de aprender e imitar de Jesus.
Corazón manso y humilde
El vocablo griego prays se relaciona con el vocablo hebreo ‘anawîm, los pobres. En el Salmo 37,11: “Los humildes poseerán la tierra y gozarán de una gran felicidad”. La antigua traducción griega griega de la Biblia relaciona al hebreo ‘anawîm con praeîs, es decir, “mansos” y no “pobres”. El apóstol Pablo en Gal 5,22; Ef 4,2; Col 3,12 emplea el término praypathía, literalmente “la pasión por la mansedumbre”, al término de una lista de seis virtudes cristianas: justicia, piedad, fe, amor, constancia, mansedumbre (1 Tim 6,11). En alemán Sanftmut (“mansedumbre”) proviene de sammeln (“reunir”). Es mansa la persona que ha reunido en sí todos los ámbitos de su alma, que no menosprecia, y mucho menos excluye, nada de lo que encuentra en ella. La persona mansa reúne a los otros en torno a ella.
Mansedumbre y humildad son la combinación perfecta para vivir la calma del corazón: la paciencia. Madre e hijo adolescente habían quedado de acuerdo en encontrarse en un centro comercial para ver juntos nuevos tipos de celulares. La madre se atrasó un cuarto de hora. Cuando llegó, el hijo, airado le dice: “Hace quince minutos que te estoy esperando”. La madre lo abrazó, lo miró tiernamente a los ojos y le respondió con una sonrisa: “Yo, hijo mío, te esperé durante nueve maravillosos meses”.
Un profesor de una prestigiosa universidad, muy respetado y temido por sus alumnos debido a su gran dominio de los más diversos temas y su carácter autoritario, viajó una vez a Japón para entrevistarse con un famoso sabio que vivía retirado en una modesta casa de campo, dedicado al estudio y la escritura. El profesor en cuestión estaba acostumbrado a tener la última palabra en todo y desechaba con demasiada frecuencia las opiniones de los demás, a quien intimidaba con su inmensa erudición, su petulancia y su arrogancia.
En cuanto llegó a la casa del sabio, el profesor empezó a hablar del tema que iba a ser tratado en la visita. Hablaba sin parar, se refería a las muchas conferencias que había dictado acerca de ése y otros tantos temas. El sabio aprovechó una pausa en el monólogo del profesor para preguntarle si apetecía una taza de té, éste le dijo que sí y continuó con su discurso. Mientras el profesor hablaba, el sabio se puso a llenar su taza de té. Comenzó echando el té poco a poco, primero hasta la mitad y luego hasta el borde de la taza. Pero al llegar allí no se detuvo, sino que siguió echando el té y más té, con toda la naturalidad del mundo, hasta que el líquido se desbordó también del plato y comenzó a manchar el mantel. Todo esto lo hacía sonriendo y escuchando al profesor, como si no pasara nada.
El profesor no se dio cuenta al principio, porque estaba demasiado entretenido hablando de sí mismo, y para cuando se percató, después de un buen rato, quedó estupefacto:
– ¡La taza está llena! ¡Ya no cabe más! -gritó-
Lo mismo te pasa a ti, le dijo el sabio, con tranquilidad. Tú también estás lleno de toda tu erudición, de todos los libros que has leído, de tus propias opiniones y tus ideas acerca de todo. ¿Cómo vas a poder escucharme o aprender algo de lo que yo pueda enseñarte si antes no vacías la taza? Impresionado por la lección que le acaba de dar este hombre, el profesor se propuso tener en cuenta a partir de ese momento la sabiduría de sus contemporáneos.
El sabio está lleno de sí. Lo contrario no es el ignorante sino el pequeño.
San Claude de la Colombiere, director espiritual de Margariata María escribía: “Sagrado Corazón de Jesús, enséñame a olvidarme enteramente de mí, ya que este es el único camino para entrar en ti”.
Corazón partido
“El Corazón de Jesús es la Biblia”, dice san Agustín, queriendo afirmar que es la Revelación. Sólo el evangelio de san Juan trae el dato del corazón traspasado por la lanza. Mc 15,38: “el Templo del velo se rasgó”; Mt 27,51-52: “Inmediatamente el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tenbló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron”; Lc 23, 44-45: “Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio”. Juan no trae ese detalle. En su lugar pone el traspaso de la lanza que atraviesa y rompe el corazón de Jesús. Jn 12,1-8: “seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania. La hermana de Lázaro, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume”. Este versículo es muy importante por todos los significados que asume. María tomó “una libra de perfume”: una libra romana equivalía a 300 gramos. El cuerpo muerto de Jesús será ungido con 100 libras de mirra y áloe por parte de Nicodemo (Jn 19,39), lo cual equivale a 30 kilos!!! Treinta kilos de perfume servirán para ungir aquel cuerpo. Perfume en hebreo se dice shemen, que hace referencia a shem, es decir, el nombre. En el libro del Cantar de los Cantares, el esposo es llamado “perfume que se derrama” (Ct 1,3). El nombre, la esencia de Dios, es perfume. En efecto, es amor que por su naturaleza impregna todo de su aroma.
El perfume es de “nardo”. Se trata de un perfume precioso. Extraído de las raíces de algunas especies que se encuentran en Creta, en el Tibet. Se dice que es originario de la India. El de mejor calidad crece sobre las laderas de los montes a más de 5000 mts de altura: viene de lejos y de lo alto. Empleado para ungir y friccionar el cuerpo, por su fuerte color rojo es definido como el unguento de los amantes, el óleo del amor.
Pero aclara el evangelista que era de nardo “puro” (gr. pistikós), que significa auténtico y fiel. Curiosamente este adjetivo no se emplea para objetos, sino para indicar el amor auténtico y fiel de Dios. El amor mismo es la expresión de la fe genuina. El perfume es “de notable precio”. Juan no precisa el costo sino el valioso precio para indicar que es “precioso”. Judas conoce el costo. Dice que vale 300 denarios, cifra con la cual se podían comprar diez esclavos. Era el salario medio de un año de trabajo de un dignatario de la corte o de un oficial del ejército. En ese tiempo se pagaba un denario por jornada laborable.
María cumple un acto de “locura”. Un perfume no se puede detener: se esparce. Se vació el frasco de perfume. Es que cuando el amor es auténtico, se vacía en su totalidad. No se reserva nada para sí. Jesús “se despojó (se vació) a sí mismo, tomando forma de siervo” (Fil 2,7). Es necesario que el amor para derramarse en su autenticidad, se de sin reservarse nada. No se puede hablar de una medida. Es que la medida del amor es amar sin medida. El amor refiere un exceso, una desmedida: eso revela su autenticidad. El ejemplo lo tenemos también en la viuda que da las dos monedas de cobre que tenía para vivir (Lc 21,1-4), o el buen samaritano que viendo al mal herido al borde del camino, se detiene y no mira más su reloj (Lc 10,29-37). Si existe una medida de la caridad, eso no es amor. Jesús, habiendo amado a los suyos los amó “hasta el extremo” (Jn 13,1). El amor auténtico se esparce, se consume. Eso se revelará desde la Cruz. En ésa se “rompe” el frasco (su cuerpo).
No se puede amar con cálculo. Aquí, la totalidad se expresa en la acción de vaciar el frasco de perfume. Jesús no se contenta con las entregas parciales. Le gusta la donación sin retorno, absoluta, exclusiva. Tratándose de él, sólo el exceso puede representar la medida justa. Esta mujer no emite palabra, sólo gestos. Ella ha aportado la materia. Jesús en cambio, la forma, la clarificación del gesto. Es como un sacramento. Lo contrario a lo que, con frecuencia, estamos habituados a decir nosotros: palabras y muchas palabras. Olvidamos que la materia la debemos aportar nosotros.
El episodio priva de toda consistencia a la contraposición entre el amor a Cristo y la preocupación por los pobres. “Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: “¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella”. Esta mujer vive la lógica de la gratuidad, mientras que Judas vive la lógica de la cantidad. Sólo le interesaba “la bolsa”. Ese “vender” del que habla Judas ya hace referencia a su traición: lo “venderá” por treinta monedas de plata. Lo que se “despilfarra” por Jesús no es algo que se sustrae a los pobres. Por el contrario, diría que justamente los pobres pueden contar concretamente con aquello que es ofrecido a Cristo de manera exagerada. Los pobres y Jesús se hallan en la misma dirección. Jesús estos días se muestra como el pobre por excelencia: rechazado por la gente que tiene poder social, abandonado por la muchedumbre, traicionado por un amigo, incomprendido por los discípulos, víctima de la soledad, sin séquito, sin poder, sin resultados aparentes, sin apoyos.
Un amor absoluto al Señor se traduce necesariamente en atención hacia el prójimo, hacia los pobres, es decir, hacia el mismo Cristo que se identifica con ellos. Los necesitados, que “nunca faltarán en la tierra” tienen mucho que ganar de la gratuidad, de la “locura” de los que aceptan perder la propia vida, vaciándose de sí mismos. Nada se puede esperar de los que “administran” con prudencia su existencia. De los primeros recibirán todo. De los otros recibirán, como mucho, las migajas. Cristo exige la donación total. Pero no es un acaparador. Se apresura a restituir, a los pobres individuos que se han convertido ellos mismos en “don”, locos incapaces de cálculo. Los verdaderos amigos de los pobres han sido siempre hombres y mujeres no razonables, dispuestos a todos los excesos de la caridad; a los excesos del corazón.
Verán al que traspasaron
Jn 19, 31-37: “Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ninguno de sus huesos”. Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán al que ellos mismos traspasaron”.
Nos encontramos en la vigilia, preparando la Pascua, cuando el cordero es inmolado. No se podía dejar expuesto al condenado a muerto, porque es la maldición de Dios y contamina la tierra: “Si un hombre, culpable de un crimen que merece la pena de muerte, es ejecutado y colgado de un árbol, su cadáver no quedará en el árbol durante la noche, sino que lo enterrarás ese mismo día, porque el que está colgado de un árbol es una maldición de Dios” (Dt 21,22); “Cristo nos liberó de esta maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, porque también está escrito: Maldito el que está colgado en el patíbulo”. El evangelista Juan no acentúa este motivo, sino más bien el aspecto del sábado, que es el cumlimiento de la creación, y de aquel sábado particular que es la Pascua, cumplimiento de la liberación. En efecto, él hablará del Cordero y del Traspasado. Para el evangelista Juan, la Pascua de Jesús sucede en día sábado: creación y liberación coinciden. Con su cruz el Señor ha llevado todo a su cumplimieto y ahora se reposa de su fatiga. La expresión que especifica que era el día de la preparación de la Pascua hace referencia a 7,37 “El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí”. Como dice la Escritura: de su seno brotarán manantiales de agua viva”. En el Crucificado confluyen el sábado, la Pascua y Pentecostés: creación, liberación y el don del Espíritu Santo se realizan en la revelación del amor extremo, en el don del agua que viene de la sangre.
Los judíos le pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque era sábado y era muy solemne. Quebrarle las piernas a un crucificado significaba hacerlo morir enseguida: no pudiendo moverse, moría asfixiado. La intención era hacerlo morir y retirar el cuerpo antes que se pusiera el sol. Para los jefes judíos, ese espectáculo “obsceno” debía concluirse antes de la fiesta. Pero hay aquí un cuerpo que no contamina la tierra. Al contrario, con su sangre la lava de toda ignominia, penetrando con su redención hasta lo más recóndito de los abismos.
“Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua”. Esta es la única vez que se dice que Jesús está “muerto”. Este detalle es para mostrar por contraste, la fecundidad del grano de trigo, que si no muere, no da frutos (12,24). Estar muerto es la condición para resucitar. Es inútil quebrarle las piernas, porque ya ha infundido su Espíritu. El no quebrarle las piernas es significativo, y luego se explicará como cumplimiento de ls Escritura (v.36).
Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza. Este soldado ha sido llamado por la tradición “Longino”, de logkhé (lanza). Golpeó el costado derecho de Jesús, no para darle el golpe de gracia, sino para asegurarse de que estaba muerto. Juan no especifica si era el costado izquierdo o el derecho. La tradición ha privilegiado el costado derecho, relacionando con Ez 47,1, es deir, la simbología del agua que sale del templo por el lado derecho: “El hombre me hizo volver a a entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente…el agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar”.
Una lanza le atravesó el corazón
Está atestiguado que los romanos daban el golpe mortal al corazón introduciendo la lanza en modo transversal a partir del lado derecho. Los médicos sostienen que de este modo la lanza llega exactamente al corazón. El resultado de este golpe es que brota sangre y agua.
Después de la flagelación, el largo vía crucis y la dolorosa crucifixión, “Jesucristo murió por asfixia, insuficiencia cardíaca aguda y finalmente un infarto de miocardio. El dolor y el daño causado por la crucifixión fueron concebidos para ser sumamente intensos, “al punto en que se anhelaría constantemente la muerte”. Según el doctor Frederick Zugibe, que fue el médico forense jefe del condado de Rockland, Nueva York de 1969 a 2002, y uno de los expertos forenses más destacados de los Estados Unidos, la perforación del nervio medio de las manos por un clavo puede causar un dolor tan increíble que ni la morfina sería de ayuda, por ser un dolor intenso, ardiente, horrible como relámpagos atravesando el brazo hacia la médula espinal. La ruptura del nervio plantar del pie con un clavo tendría un efecto asimismo horrible”. Además, la postura del cuerpo sobre ese tipo de cruz alargaría por varios días la agonía, ya que ésta fue pensada “para hacer extremamente difícil la respiración“.
Por su parte, el doctor Frederick Farrar, especialista en diagnosticos radiológicos de Nueva York escribió: “Una muerte por crucifixión parece incluir todo lo que el dolor y la muerte puedan tener de horrible y espantoso: vértigo, calambres, sed, inanición, fiebre, tétano, vergüenza, humillación, larga duración del tormento, horror de la anticipación, mortificación de las heridas no cuidadas…”. Lo resumió como “una sinfonía del dolor” producida por cada movimiento, con cada inspiración, incluso una pequeña brisa sobre la piel podría haberle causado un dolor intenso. Decia santa Isabel de la Trinidad (1880-1906), monja carmelita y mística francesa, que “el sufrimiento es una cuerda que produce los sonidos más bellos, y el alma ama transformarse en su instrumento para conmover más deliciosamente el corazón de Dios”. Por su parte, Zugibe dijo creer que “Cristo murió de un colapso debido a la pérdida de sangre y líquido, más un choque traumático por sus heridas. Además de una sacudida cardiogénica que hizo que su corazón sucumbiera”.
El médico James Thompson, es un biólogo conocido por derivar las primeras líneas de células madre embrionarias humanas. Fue nombrado en el 2008 por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo. El cree que Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes, ni por las tres horas de crucifixión, sino que murió por las terribles experiencias físicas y emocionales que literalmente le produjeron el rompimiento del corazón. La sangre del corazón se mezcló con el líquido del pericardio que rodea el corazón. La lanza del soldado rompió el pericardio y brotó la mezcla de sangre (que tiene glóbulos blancos, rojos y plaquetas) y agua (macroscópicamente parecería agua), pero tiene los elementos que tiene el plasma. Jesús tuvo una pericarditis aguda. El pericardio es una membrana que reviste el corazón. Si hay algo traumático se inflama el pericardio y hay un trasudado líquido, que sale fuera de los vasos sangíneos. Ese trasudado es lo que salió, y que pareció agua. El pericardio tiene una membrana que reviste el corazón (pericardio visceral) y el pericardio parietal, (pegado a la pared toráxica), y entre los dos pericardios se llenó de líquido por un traumatismo que tuvo.
De ese golpe de lanza, enseguida (porque el amor no concibe retrasos), brotó sangre y agua. El verbo brotar (exelthen), es el mismo que se encuentra en la profecía de Ez 47,1 al que antes hicimos referencia. El corazón de Jesús es una fuente. Se lo había dicho a la Samaritana: “El agua que yo daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4,14). “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ninguno de sus huesos”. Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán al que ellos mismos traspasaron”. Esta última cita, tomada de Zac 12,10, evoca la suerte del rey Josías: “Antes de Josías no hubo otro rey como él, que se convirtiera al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a la Ley de Moisés. Y después de él no surgió otro igual” (2 Re 23,25). No obstante su santidad, Dios lo dejó perecer: traspasado por los arqueros egipcios en Meghido, fue llevado a morir a Jerusalén (2 Cr 35,23-25). La muerte de este rey es el punto más inquietante de la historia de Israel: es la derrota del justo, y la victoria del mal sobre el bien. Pensando en él, el profeta Zacarías habla de la contemplación de un traspasado de quien se efundirá un espíritu de gracia y de consolación sobre todos. La salvación de Jesús, el rey traspasado, es universal, como su realeza: “El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra” (Ap 1,7).
La belleza por un defecto
Dos novios no se cansaban de admirar las piedras preciosas que estaban expuestas en la vidriera de una joyería. Diamantes, zafiros, esmeraldas, les encantaban. Pero buscaban una que fuese signo del amor de ellos dos. La mirada fianlmente recayó sobre una piedra modesta, oscura y sin esplendor. El joyero leyó la pregunta de ellos dos en sus ojos. Y les explicó: “Esto es un ópalo: está hecho de silíceo, polvo y arena del desierto, y debe su belleza a un defecto y no a su perfección. El ópalo es una piedra con el corazón roto, ya que está lleno de minúsculas fisuras que permiten que el aire penetre en su interior. El aire luego refracta la luz y el resultado es que el ópalo posee aspectos encantadores, al punto tal que es llamado “Lámpara de fuego”, porque tiene dentro como un soplo especial que lo hace luminoso. Tomó la piedra y la apretó fuerte en la palma de su mano. Y continuó: “Un ópalo pierde su brillo si es colocado en un ambiente frío y oscuro, pero vuelve a ser luminoso cuando recibe el calor de una mano e iluminado por la luz. El hombre abrió la mano. La piedra era un latido de luz tierna, suave como una caricia. Esa fue la piedra que los novios adquirieron. Si queremos darle brillo a nuestra vida, en muchos aspectos podemos parangonar con un ópalo. Simboliza a la alegría y a la purificación. Adquirimos color y luminosidad cuando dejamos que el calor de ese divino corazón derrita nuestras mezquindades e indiferencias.
El Viernes de “transfusión de sangre”
El Viernes Santo es el día de la transfusión de sangre. Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que un poco de tiempo antes había sido curado su hermano de ocho años. El doctor le dijo al hermanito: “Solo una transfusión con tu sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás dispuesto a darle tu sangre? El pequeño tenía los ojos dilatados por el miedo. Dudó un momento, y al final dijo: “De acuerdo doctor, lo haré”. Una hora después de hecha la transfusión, el pequeño preguntó tímida y temorosamente: “Doctor, ¿cuándo moriré?”. Fue entonces cuando el médico se dio cuenta del miedo inicial de la criatura: había pensado que donar la sangre a su hermana significaba darle la propia vida. Y había dicho “si”.
Se educa por el ojo
Gregorio Luri Medrano, filósofo español y licenciado en Ciencias de la Educación afirma que el órgano educativo no es el oído sino el ojo: no escuchar ideas o conceptos primeramente, sino ver ejemplos, especialmente. “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,16). Quienes mataron a Jesús lo tuvieron que ver, a aquel que ellos mismos traspasaron. Parecía que era un vencido, y terminó siendo vencedor. Chesterton afirma: “El cristianismo ha muerto varias veces, pero ha resucitado otras tantas porque Dios sabe el camino para escapar del sepulcro”. Dios no pide éxito sino dar frutos. Tal vez no los veamos, pero la clave es que Dios los tiene en cuenta. El cristiano nunca fracasa.
El santo es “otro Jesús”. Tiene un corazón más grande que el cuerpo. Es puro corazón. El Beato Charles de Foucauld, que será proclamado santo muy pronto, afirmaba que el Padre Huvelin le enseñó la “ciencia del corazón” (Cor ad cor loquitur: un corazón habla a otro corazón). Murió en 1916 en la puerta de su ermita en el desierto de Argelia. Decia: “Cuando se ama, se imita”. «El sacerdote es un ostensorio, su deber es mostrar a Jesús. Él tiene que desaparecer para dejar que sólo se vea a Jesús…». “Cuanto más se ama, mejor se reza”. Recordemos que un corazón grande se llena con poco. Y lo que advertía el escritor y novelista Charles Dickens (1812-1870): “El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas. El perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar a todas, como un buen músico”. El idioma del corazón es universal: sólo se necesita sensibilidad para entenderlo y hablarloEste músico tiene un amor que es único y loco.
Ser grande es fácil: sólo extiende tu mano, cierra tu boca y abre tu corazón. Es que deberíamos tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano. Hay que poner corazón en las manos (San Camilo de Lelis). Teresita del Niño de Jesús: “no me gustaba la devocion al sagrado Corazon de Jesús”, porque habían hecho al corazon de él como sede del castigo, y dirá” Yo creo que Dios no está reprimido de justicia sino de misericordia porque no acogemos su amor”. “Nuestro corazón tiene la edad de aquello que ama” (Marcel Prevost, escritor francés 1862-1941).
San Bernardo decía: “Señor tienes los pies clavados para que sepa que siempre estás ahí esperándome, con tus brazos extendidos para no dejarme escapar, con los ojos bajos para no ver mis miserias, y con el corazón abierto para revelarme tus secretos, y para ser mi refugio seguro.